Sección: Sociedad Civil: Transformaciones socio-culturales

La "Familia Mediática" en el 2003: realidades y mitos

Antonio Cortés Terzi

www.asuntospublicos.org
Enero 2004

El derecho a la duda

Colectivamente se ha aceptado la difundida idea de que uno de los rasgos distintivos y destacables del año recién pasado fue el papel desempeñado por el periodismo y los medios de comunicación en virtud de las funciones investigativas y de denuncias que desarrolló. Por doquier se ha dicho y escrito que en el 2003 el periodismo y los medios de comunicación se pusieron pantalones largos, adquirieron más independencia y coraje, dieron un salto en ética y conductas profesionales y alcanzaron o se acercaron a un deber ser paradigmático moderno.

¿Será tanto y para tanto? Dudas caben.

Y el derecho a ejercitar la duda surge, primeramente, por una cuestión muy simple y de Perogrullo: no hay ninguna otra actividad que tenga tanta capacidad de auto bombo como la que realizan los mass media. Capacidad que incluye, por cierto, el silenciamiento, la minimización o la banalización de los comentarios críticos o discrepantes de las ideas o percepciones que sobre sí mismos tienen y exponen.

Digamos, como paréntesis, que en Chile la prensa, el periodismo, la televisión y sus figuras caen fácilmente y con recurrencia en la tentación de emular a la madrastra de la Bella Durmiente: “Espejito, espejito…”

Es un dato innegable de la realidad que el periodismo y los medios de comunicación tuvieron un excepcional protagonismo el 2003 y que en determinados sucesos sus quehaceres fueron relevantes y positivos. Lo que aquí se interroga no es eso, sino la pontificación que se ha tendido a hacer de tales conductas y las razones sublimadas que se han dado acerca del porqué de ellas (ética, principios, independencia, etc.)

Funciones de los medios e incongruencias en sus prácticas

Es archisabida la importancia que revisten los medios de comunicación en las sociedades modernas y su intrínseca relación con la calidad de la democracia, con el derecho a la información, con el ejercicio de la libertad de expresión, con la efectiva práctica del pluralismo, con la disminución de las asimetrías entre el ciudadano y las estructuras de poder, etc. Pero hay otras funciones de los medios que son menos explicitadas y que no por ello son menos importantes. Abreviadamente se pueden agrupar en tres.

1. Como conjunto, como “sistema”, forman parte de las instancias y relaciones de poder que, aunque informales o extrainstitucionales, participan de hecho en los procesos de toma de decisiones de alcances trascendentes y nacionales.

2. Dado lo anterior, sus cuerpos dirigentes, algunos columnistas o comentaristas, algunas figuras destacadas, en particular de la televisión, adscriben de facto a las “elites del poder” que intervienen en el “gobierno” – en sentido extendido – del país.

3. Especialmente la televisión es una potente maquinaria “educativa” y culturizadora de masas y la que pautea buena parte de los diálogos sociales cotidianos.

Al constatar la gravitación de los mass media en la vida social y nacional se plantea un primer y gran problema que está muy mal resuelto en Chile, a saber, la correspondencia que debería existir entre esa gravitación y las conductas de los medios. Al respecto resaltan dos cuestiones:

En primer lugar, la falta de espacios y de voluntad para la revisión crítica permanente del desempeño de los medios de comunicación, con el simple ánimo de asegurarse que los conceptos y prácticas mediáticas se condicen con sus importantes funciones sociales, la mismas que los medios reivindican a diario.

Crítica, pero…¿sin autocrítica?

Los medios de comunicación son los que tienen el mayor peso en la crítica social, en el control sobre los comportamientos de las instituciones, de las corporaciones, gremios, personalidades públicas, etc. Pero esa crítica y control también deberían ejercerla sobre sí mismos, toda vez que son – postulan y aspiran ser – cuerpos dirigentes, del poder, ergo, con influencia en la existencia colectiva.

En general, la acción autocrítica no la desarrollan, salvo en materias secundarias. Tampoco son sensibles y receptivos a las críticas que provienen desde otros mundos. Usualmente ocurre que ante esas críticas reaccionan con prepotencia corporativa, al límite que, en casos, factualmente violentan la libertad de expresión, de la que se autoconsideran sus principales depositarios y guardianes.

En pocas palabras, se asignan – y con razón – el derecho y el deber de la crítica, del control, de la denuncia de las actividades y sujetos que tienen injerencia en la sociedad, pero no aplican con equivalencia esos deberes y derechos respecto de sí, pese a que su influencia social es tanta o más que la de los entes que indagan.

En segundo lugar, los mass media, la televisión en especial, saben de su poder, de sus roles educativos y culturizadores, de su pertenencia a los cuerpos conductores u orientadores del país, y, no obstante, asumen esas cualidades de manera ambivalente. Cuando sienten amenazados sus intereses y funciones usan su poder y apelan discursivamente al aporte social que hacen. Pero cuando se les revisa, analiza o critica por la baja calidad o incumplimiento de sus roles sociales o por su falta de compromiso con la protección de situaciones o valores que son de interés público y nacional, entonces se socorren en la privacidad de la industria mediática, en su sometimiento a las leyes del mercado, en la especificidad de sus misiones (informar, entretener), etc.

De la ley del embudo al ninguneo

Dicho crudamente y generalizando, cuando sus intereses corporativos chocan claramente con intereses de bien común tienden a optar, en lo sustantivo, por los primeros, con bastante indiferencia y hasta irresponsabilidad por los segundos. Es decir, cuando en el desempeño de sus funciones supuestamente intrínsecas, “profesionales”, compartimentadas, generan malos efectos sociales, olvidan o soslayan las autopercepciones y discursos que erigen cuando su actividad produce buenos efectos sociales.

Y si alguien – entidad o individuo – les hace ver que algunas de sus transmisiones y mensajes causan o pueden causar daño social, entonces, inmediata y simplemente, se declaran inocentes. Primero, negando o cuestionando, a priori, que la comunicación mediática pueda entrañar consecuencias socialmente negativas y, luego, en última instancia, replicando que las inconductas sociales no son de su incumbencia, sino de otras estructuras dirigentes. Y si ninguno de esos recursos basta, siempre quedan dos que son virtualmente infalibles: el ninguneo o la mofa sistemática de la crítica y del crítico.

En definitiva, los medios de comunicación actúan con el prisma que encierra la frase que más usualmente emplean los chilenos para referirse a Chile y su sociedad: “Este país”. Con el “este” se toma distancia y altura. Desde esa distancia y altura, instalados en un podio virtual, los mass media critican y predican sobre un cuanto hay. Esa cómoda pedantería es molesta, pero pudiera ser inofensiva si no fuera porque acuña también irresponsabilidad, hipocresía u oportunismo. Y lo que es tanto peor para los efectos públicos: oculta diletantismo.

En la crítica social y política los medios operan con el símil del “bombero pirómano”. No siempre, pero sí con frecuencia y seguramente sin ánimo preconcebido, aportan a la emergencia y ampliación de conductas sociales no deseadas, a percepciones masivas prejuiciosas, a la precarización cívica de la ciudadanía, a la conversión de charlatanes y charlatanas en “creadores de opinión”, a la proyección de políticos telegénicos, pero triviales, etc. Sin embargo, de nada de lo anterior se hacen cargo, ni siquiera en lo que deberían asumir como responsabilidades mínimas. Por el contrario, todo aquello lo transforman en el material predilecto para ejercer “periodismo investigativo y de denuncia” y para “demostrar” autonomía, proximidad a la gente y lejanía de las elites.

Huelga aclarar que el panorama mediático en Chile no está cubierto sólo por estas oscuridades; que el periodismo y los medios de comunicación también tienen méritos. Pero de relevar esto último se encargan – y muy bien – los propios medios. De lo que se trata aquí es de enfatizar, precisamente, en aquellos aspectos negativos que los medios callan y, por sobre todo, se trata de analizar si efectivamente han existido, en los universos mediáticos, los cambios cualitativos que se pregonan y, de existirlos, si se deben, en verdad, a las razones que se esgrimen o, en realidad, fueron producto no tanto de actos voluntarios y altruistas sino de la presión de otros factores.

Profesionalismo y crítica a la política

En el trato y relación con la política y las instituciones no se observa modificación alguna. Al respecto, sigue vigente una suerte de principio mediático: la impronta de lo “políticamente correcto” es denostar a la política y a los políticos y mirar con desdén, con un dejo de animadversión prejuiciosa, a las instituciones.

Nada mejor para ilustrar lo anterior que observar algunos dichos en el programa “Tolerancia Cero” de CHV en su primer capítulo de este año. Y se elige como ejemplo porque, precisamente, es un programa que goza de reconocimientos, lo mismo que sus comentaristas, y porque su formato permite un hablar meditado, lo que no es usual en la televisión.

A propósito de la eventual postulación del actual ministro del Interior a la presidencia de la OEA, el periodista Fernando Paulsen expresó: “Qué es lo que querrá hacer José Miguel Insulza en la OEA, no tengo idea. Después del cargo que tenía Aninat en el Fondo Monetario Internacional, debe ser el segundo más fome de América Latina (...) Se gana plata, se viaja harto y se come rico.”

Y una “joyita” parecida espetó el sociólogo Fernando Villegas: “En cualquier puesto público, incluso de ascensorista en un ministerio (sería mejor tener a Insulza, antes que en la OEA). La OEA es un organismo que no sirve absolutamente para nada. Un organismo de señores que viajan de un resort a otro a comerse todo, a tomarse todo y a comprarse camisas”.

De estas palabras se pueden inferir al menos cuatro cosas.

a) Que los comentaristas son profundos conocedores del FMI, de la OEA y de las relaciones internacionales.

b) Que las autoridades de gobierno, incluido el Presidente, son ignorantes o idiotas, pues gastan energías y recursos en una postulación para presidir un organismo que “no sirve absolutamente para nada”.

c) Que, no siendo José Miguel Insulza un ignorante en materias internacionales y, en consecuencia, sabiendo de la irrelevancia de la OEA, tendría que ser un “fresco”, porque se presta para ser integrado a un grupo de señores que se dedican a ganar plata, a comer mucho y bien, a viajar harto y a comprarse camisas.

d) Que Chile debería retirarse de la OEA. Si no vale la pena tener su presidencia, menos valdrá la pena tener un simple embajador.

Uno puede imaginarse que ese tipo de comentarios podrían estar en boca del profesor Salomón y del Tutu Tutu. La única diferencia – no menor – estribaría en que, en ese caso, uno sabría con certeza que son chistes.

Si la crítica periodística a la política, a sus actores e instituciones pretende coadyuvar a elevar sus calidades y no busca sólo complacer y entretener a la gente, entonces es menester tomar en serio el ejercicio de la crítica, saber de los tópicos criticados e interiorizarse de las lógicas y dinámicas que rigen la actividad política. O, más simplemente, es preciso mejorar el periodismo.

El “destape” y factores no mediáticos

Lo realizado por el periodismo y los medios el 2003 con relación a los casos de corrupción, coimas, Spiniak, juez Calvo, etc., ha servido como antecedente para argüir que estamos en presencia de un periodismo más valiente y autónomo, más resuelto a indagar y a denunciar delitos o irregularidades que aquejen a instancias y sujetos del Poder. Los datos parecieran avalar el supuesto.

Si así fuera, si efectivamente en Chile se abrieron las compuertas para que nos irradie un periodismo más autónomo y corajudo, más apegado a su deber ser ético, lo que sería pertinente discutir es si ese resultado i) es obra exclusiva o liderada por la generalidad del periodismo y los medios y ii) si se llegó a él a través de un proceso de recapacitación de los agentes que integran la actividad y que terminó por expresarse en revalorizaciones de la ética profesional y en revisiones conceptuales, de principios, acerca del papel de los medios.

En virtud de los sucesos que pusieron en el tapete la cuestión mediática y su relación con el Poder, que, sin duda, prestigiaron popularmente al oficio periodístico, no pocos periodistas y varios medios se han sentido tocados por un aura heroica y misional. De hecho, se adjudican los mayores méritos en los innegables progresos que ha tenido el país en materia informativa.

La verdad, es que ese progreso ha sucedido merced a múltiples variables, dentro de las cuales está la mediática, pero sin el protagonismo ni menos el liderazgo que algunos medios y periodistas se autoasignan. Veamos algunas de esas variables:

El efecto “liberador” de los nuevos escenarios políticos

a) Mal que les pese a aquéllos, la actividad política y los nuevos escenarios políticos que han surgido han sido factores decisivos en el progreso informativo, pues han puesto los soportes y los entornos para que eso ocurra. Es cierto que, en momentos, la política ha sido un óbice para avanzar en legislaciones más propicias y modernas para el desarrollo de las libertades informativas. Pero, ¿no lo han sido también los grupos de poder que ostentan la propiedad de los mass media más gravitantes en la sociedad chilena? Lo importante es que la reinstitucionalización democrática y republicana del país, la derogación de algunas leyes y la aprobación de otras, los cambios en el Poder Judicial, la normalización de las relaciones civiles/militares, el mayor equilibrio entre los dos bloques políticos que disputan el poder, etc., han sido factores determinantes para reconfigurar el espacio que hoy ocupan los medios de comunicación. Y nada de eso se logró sólo por acciones o presiones “combativas” de estos últimos. Son logros “soberanos” de la actividad política.

Precisamente, porque está dado ese cuadro para el desenvolvimiento de la prensa es que su ejercicio más libre y autónomo no pasa por enfrentar heroicamente a una feroz y omnipotente maquinaria de poder político institucional, como se ha insinuado en el curso de los conflictos que se han planteado entre algunos medios y entidades y agentes del Poder.

b) Hay que reiterar lo que se ha analizado en muchas oportunidades: Las nuevas conductas de los medios de comunicación obedecen, en grados considerables, a las consecuencias tangibles que emanan de la globalización y de las modernizaciones tecnológicas. El “efecto de demostración” que, sobre infinidad de aspectos, ejercen las sociedades más avanzadas, merced a los sistemas comunicacionales modernos y masivos, también lo ejercen sobre los mass media. El “efecto de demostración” crea paradigmas que devienen en aspiraciones y en demandas de los colectivos masivos nacionales. La calidad, el tipo, los estilos de los mass media chilenos no son popularmente juzgados comparándolos sólo entre sí. Las comparaciones son ahora y crecientemente mundializadas. Por lo mismo, las renovaciones del mundo mediático no son actos necesaria y estrictamente “voluntarios”, son también forzados e inducidos por los contextos globales. Probablemente resultan de una mixtura de inducción y decisión interna. Pero, lo claro es que los mass media criollos no pueden asegurarnos que sus renovaciones son fruto de su entero arbitrio y protagonismo.

Cómo los “pequeños medios” han sido las “puntas de lanza”

c) Si se tiene en cuenta la cruda realidad de la estructura mediática en Chile, es legitimo conjeturar que las “valentías” y “aperturas” observables en los últimos tiempos y de la que se jactan los medios de comunicación chilenos, no se incubaron y expandieron por puras dinámicas internas naturales, sino sólo cuando percibieron que el sistema oligopólico que domina en esa área hacía aguas, lo que no significa su fin. Y hacía aguas – ¡oh vergüenza y humillación! – por el nacimiento de periódicos, de páginas electrónicas y de una modesta prensa escrita que ha tenido la virtud de hacer del periodismo el eje de su función y no utilizarlo como simple factor de producción para la industria mediática.

La aparición de esta prensa, aparte de sus aportes a lo informativo y a lo plural, introdujo un elemento que ha sido poco constatado y valorado: amplió la competencia – escasamente en lo estrictamente comercial – pero significativamente en lo que a periodismo y comunicación se refiere. Mientras tal prensa no existió, la competencia entre los medios “oligopolizados” era periodísticamente sutil, inocua, extremadamente cautelosa y controlada. Ofrecía, en consecuencia, un periodismo plano, sin relieves, rutinario, previsible, disciplinado y transversalmente conservador en lo que a periodismo se refiere.

Esta nueva “pequeña prensa” ha forzado a apuestas más competitivas, no sólo entre los grandes y los pequeños medios sino también entre los grandes. “Al César lo que del César…”

Ergo, otra vez más estamos ante la necesidad de poner en duda la grandilocuencia (convicciones, ética, libertad de expresión, etc.), explicativa del “destape” de los medios.

d) Por último, algunas preguntas: ¿La renovación mediática no tiene nada que ver con comercio, con rating, con ventas, con publicidad? ¿Hay alguna norma que establezca que el ámbito del periodismo investigativo y de denuncia se restringe al sexo y a los dineros fiscales mal habidos? Porque, al fin de cuentas, principalmente sobre esos asuntos han versado las investigaciones y denuncias que enorgullecen a “la familia mediática”. ¿No será que ese tipo de asuntos, que son de interés público, son también los que nutren el morbo colectivo y éste incrementa ventas y rating?

Ni David ni Goliat

Como ya se ha reconocido, los mass media, efectivamente, han avanzado positivamente en varios aspectos. Pero hay uno en el que falta bastante y, sin embargo, es precisamente sobre el cual más se ha vanagloriado el periodismo de los grandes medios al hacer el balance de sus conductas en el 2003: su supuesta valentía e independencia para enfrentar instancias y agentes del Poder.

Si se siguen caso por caso los enfrentamientos con el Poder, se descubre una ostensible exageración al respecto.

Lo primero que hay que tener presente es que ante ningún poder político ni en ninguna circunstancia los grandes medios se encuentran en una situación semejante a la de David frente a Goliat. En más de un momento puede ser exactamente al revés.

La política y las relaciones de poder modernas demandan que sus instancias y agentes estén en permanente estado de preocupación por su legitimidad y prestigio social. Y en esos ámbitos, los grandes medios son virtualmente monopólicos. Es casi inimaginable que una institución o un actor del Poder puedan sostener en el tiempo legitimidad y prestigio social si los medios le declaran su animadversión. Y esto es tanto más válido si se trata de actores individuales. Ergo, y en rigor, los discursos mediáticos que resaltan el coraje de los medios al enfrentarse con poderes políticos e institucionales tienen fuertes componentes demagógicos.

Ahora bien, si se desmenuzan los “poderes” a los cuales se enfrentaron los grandes medios en el 2003, menos se descubre el “heroísmo”: a diputados y ministros que no tuvieron respaldos corporativos y cuyo poder personal no es nada sin pertenencia a las instituciones; a un empresario menor acusado de depravaciones sexuales; a un juez que fue prontamente castigado por sus superiores, aislado y destruido en su imagen pública, etc. Ningún antecedente permite afirmar que los medios de comunicación “combatieron” contra poderes institucionales y políticos que actuaron corporativamente y con abierta beligerancia.

Las únicas señales que pudieran interpretarse como reacciones político-corporativas son las que provinieron del Poder judicial en el caso Calvo y CHV y de parte de la UDI.

Respecto de la primera, es una interpretación que no tiene amparo en la realidad. Es cierto que los tribunales han cometido desaguisados, pero existen trascendidos y conductas demostrativas que en el Poder Judicial no hay una sola posición, que se discrepa en su interior y que, por ende, no existe una reacción corporativa.

En cuanto a la actitud de la UDI es claro que se comportó corporativamente y que puso todo su poder en juego. Pero el éxito que tuvieron las presiones de la UDI no se debió al poder que de por sí dispone un partido como entidad estrictamente política. Se debió a los vínculos que tiene con grupos de poder extrapolíticos y que forman parte o influyen en “la familia mediática”.

Y con los otros poderes ¿cuándo?

Y esto último nos lleva al asunto más desmitificador del discurso oficial de la “familia mediática” en cuanto a los bríos corajudos y autónomos que habría mostrado el 2003.

La independencia y la valentía periodística de los grandes medios está y estará en duda y en deuda mientras sus investigaciones, críticas o denuncias no incluyan la esfera del Poder que, a la hora de la verdad, es la que cuenta con más recursos para coartar o condicionar el libre ejercicio del periodismo y la autonomía de los medios, a saber, la conformada por los mundos empresariales (empresas, marcas, agencias publicitarias, etc.) que tienen en sus manos el porcentaje mayor de los dineros que financian a los mass media.

En el plano de lo factual es un enorme mito que la más significativa y peor amenaza “natural” a la libertad de prensa y de expresión provenga de los poderes públicos. A los medios de comunicación les es fácil, virtualmente gratis y, a veces, beneficioso enfrentar ese tipo de poderes. En los tiempos que corren, la amenaza real se encuentra en la influencia “editorial” que potencialmente tiene el concentrado universo privado que dominan las principales fuentes del avisaje y la publicidad.

No es casual que los chilenos sepamos, comparativamente, muchísimo más acerca de los agentes públicos que de las instancias, relaciones y sujetos que controlan el 80% de la riqueza nacional y que, por ende, intervienen de manera considerable en la vida social.

¿Es imaginable en el Chile de hoy, que un medio de comunicación envíe periodistas – cámara oculta incluida – a la oficina de uno de los prohombres de un grupo económico para sorprenderlo “en off” hablando, por ejemplo, de cómo hace lobby sobre la política y las instituciones?

Tiene méritos la “familia mediática” en lo realizado en los últimos meses, pero todavía son pocos para jactarse tanto.