Sección: Sociedad Civil: Transformaciones socio-culturales

La izquierda, sin propuestas ante la derechización de la política

Antonio Cortés Terzi

www.asuntospublicos.org
Abril 2002

Varias señales y síntomas indican que, en buena parte de los países occidentales, existe un proceso de inclinación de la política hacia posiciones de derecha.

Al hacer esta afirmación tengo en mente los debates acerca del significado actual de los conceptos de derecha e izquierda, inaugurados en Europa ya en la década de los ‘80 del siglo pasado y que, en el presente, circulan por todo o casi todo el orbe. Debates que, en lo esencial, han puesto en interrogación la vigencia y validez del uso ancestral de esos términos y que todavía no han sido zanjados con respuestas más o menos unívocas y compartidas por las diversas escuelas y corrientes intelectuales y políticas.

No obstante esas discusiones, lo cierto es que, en Chile, tales términos conservan significados suficientemente comprensibles, porque siguen siendo leídos, en lo general, de manera bastante tradicional. Por consiguiente, a riesgo de sacrificar un tanto el rigor analítico, empleo, por ahora, los conceptos de izquierda y derecha en el sentido habitual. Anticipo que, en mi opinión, son términos que en el presente revisten un creciente carácter – al decir de Gramsci – de metáfora: ”A menudo, cuando una concepción del mundo sucede a una precedente, el lenguaje precedente continúa siendo usado, pero en forma metafórica”.

Aclarado que con el vocablo derecha se alude al concepto tradicional, para constatar adecuadamente el fenómeno de derechización universal que se asevera en el primer párrafo, hay que desprenderse de un supuesto – que ayer era un dato sólido y que hoy puede inducir a equívocos, engaños o prejuicios -, a saber, que las políticas de derecha (en el sentido convencional ya señalado) las hacen sólo los partidos y gobiernos de derecha. En la actualidad, para conocer cual es el carácter de las políticas que se implementan en un país no basta con recurrir a la identificación ideológica histórica del partido o coalición que gobierna.

En términos prácticos y cuantitativos, para saber cuánta derechización (“metafóricamente”) existe en la política mundial, deberían sumarse, a los gobiernos confesamente derechistas, aquellos que, no teniendo tal adscripción, desarrollan, en algunos sectores, políticas similares y que otrora se consideraban de iniciativa exclusiva de las derechas. Por ejemplo, en materias de privatizaciones, de desregulaciones económicas, de límites a las inmigraciones, de flexibilización de las normas laborales, de estancamiento o contracción de los gastos sociales, de militarización de la política exterior, etc.

¿El giro de la política hacia la derecha – proceso ostensible en EE.UU. y Europa – no es más que producto del cíclico cambio en las preferencias electorales de la ciudadanía, una simple concreción del principio democrático de la alternancia en el poder?

Por cierto que este es un factor explicativo, pero sólo en parte. No responde el porqué la relativa uniformidad derechista de las políticas gubernamentales, cualquiera sea el signo ideológico-político del gobierno.

Si aquello no lo explica todo ¿habría que reconocer, entonces, la veracidad del pregón de las derechas en cuanto a que sus ideas e idearios se han impuesto total y universalmente, al punto que sus propios y viejos adversarios se han visto forzados a asumirlas?

Sin mezquindad, habría que aceptar grados de acierto en esa jactanciosa aseveración, pero acompañando tal aceptación con varios alcances, porque en esto de qué pensamientos se imponen, a la postre hay mucho paño que cortar.

Por ejemplo, no sería necesario recurrir a demasiados malabares filológicos para “demostrar” que quien primero anticipó el fracaso de los “socialismos reales” fue Carlos Marx y no los pensamientos demo-liberales y de derecha. En Contribución a la Crítica de la Economía Política, escribió: “Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua”. Es evidente que la Rusia zarista estaba lejos de haber “desarrollado todas las fuerzas productivas” capitalistas que sentaran las bases materiales para la emergencia de relaciones de producción socialistas. Ergo, según la teoría de Marx, y a nombre de la cual se hizo la Revolución de Octubre, el proyecto socialista ruso estaba destinado a su frustración. Entonces el pensamiento triunfante fue el de Marx.

Otro ejemplo: la derecha chilena juzga como mediocre la historia económica nacional del siglo XX y responsabiliza de esa mediocridad a la injerencia que tuvo el Estado en la economía durante gran parte de ese período y a los límites que se le impusieron a la economía de libre mercado. Supone, de hecho, que si se hubiese actuado de acuerdo a los dictados del pensamiento libremercadista tal cual se conoce hoy, Chile habría alcanzado un desarrollo muy superior.

La verdad es que, sin la actividad económica del Estado, Chile habría sido un país más acentuadamente agrario y minero, carente de infraestructura, de una prudente red y experiencia industrial y terciaria, de un sustrato educacional y cultural, etc., o sea, de aquellos factores que, precisamente, tornaron viable y exitoso el paso hacia la actual economía de mercado. ¿Habría que decir, entonces, que todo se le debe a la predominancia, en ciertas épocas, de los pensamientos económicos keynesianos y cepalianos?

Pero todo esto es una discusión casi banal y cercana al sofismo. Lo real es que el ímpetu y la fortaleza expansiva “natural” del capitalismo fueron los elementos que terminaron por configurar el mundo capitalista de hoy, y ese movimiento histórico, en tanto tal, no se debió a la imposición de ninguna doctrina económica y social en particular, sino a un devenir histórico-empírico en el que se conjugaron múltiples ideas y cosmovisiones económico-sociales, cada una de las cuales hizo aportes varias veces menores a los aportes que hicieron el desarrollo de las ciencias y de las tecnologías y otros fenómenos político-sociales tan terrenales y prácticos como las guerras, las luchas sociales, etc.

El capitalismo en transición

Para aproximarse a una comprensión más acabada acerca del porqué del proceso de derechización de la política mundial no deberían perderse nunca de vista dos constataciones que, no obstante su obviedad, en muchos análisis y discusiones son omitidas o su gravitación no es adecuadamente evaluada.

Una es el advenimiento de un mundo occidental sólidamente tipificado como capitalista y la otra es la inexistencia, total o casi total, de imaginarios y proyectos – social y políticamente orgánicos – alternativos a las formas de organización capitalistas de las sociedades nacionales.

En términos gruesos, lo anterior significa, ante todo, que las corrientes políticas tradicionalmente en disputa están sujetas a un campo de opciones mucho más limitado que antaño y que sus propuestas diferenciadoras no pueden escapar a un norte común: la producción y reproducción ampliada del capitalismo.

Huelga decir que este último es uno de los datos claves que induce a las dificultades para identificar hoy izquierdas y derechas.

Junto a su tipificación como sociedades capitalistas “puras”, las sociedades contemporáneas están inmersas en los avatares propios que acarrea la instalación de un nuevo estadio histórico, caracterizado, básicamente, por las dinámicas y efectos de la modernidad y la globalización.

El mundo actual se encuentra en una fase de transición histórica. La modernidad no termina de asentarse porque coexiste con amplios espacios premodernos y porque el simultáneo proceso de construcción y deconstrucción que conlleva aún no permite visualizar una síntesis. La globalización todavía transcurre de manera desigual, geográfica y sectorialmente, y, en muchos ámbitos, lo que está presente son inéditos y complejos movimientos y experimentos de readecuación de estructuras que van perdiendo funcionalidad, pero que, por causas históricas y objetivas, son muy resistentes al cambio y, más aún, a su finiquito.

No obstante, el factor y el contexto que dan la tónica esencial a la etapa transicional del universo occidental, o si se quiere, a sus especificidades esenciales, son de carácter político-culturales y tienen sus orígenes en el derrumbe de los socialismos reales. En efecto, por primera vez en el curso de su historia, el capitalismo se encuentra solo, sin competidores, sin enemigos de cuantía. El último murió con la última década del último siglo del milenio. La magnitud del cambio histórico que aquello significa pareciera no haber generado todavía su propia autoconciencia equivalente, pero sí contundentes demandas.

Capitalismo actual y su necesidad de relegitimación

La primerísima de ellas dice relación con la necesidad de una relegitimación racional – “con arreglo a fines y valores” (Weber) – del capitalismo y de sus principales figuras intrínsecas: economía de libre mercado, democracia, creciente mundialización del orden socio-económico y político, etc.

El capitalismo contemporáneo ya no cuenta con externalidades como fuentes de legitimación (Vg. modelos o proyectos comunistas). Para referenciarse y compararse sólo tiene frente a sí un espejo. Recordemos parte del famoso discurso de Winston Churchill: “Nadie pretende que la democracia sea perfecta o enteramente sabia. Se ha dicho que la democracia es la ‘peor’ forma de gobierno, con excepción de todas aquellas que han sido probadas de tiempo en tiempo”. La brillante e irónica asertividad que tenía esa frase en su momento, repetida hoy, sería vulgar cinismo conservador. El concepto que ella encierra es defensivo, traducible al siguiente mensaje: “conformémonos con la democracia conocida y practicada, por muy deficiente que ella sea, toda vez que las otras formas de gobierno en oferta son el comunismo y el fascismo”.

Desaparecidas esas ofertas alternativas de gobierno, por cierto que no sería ese el discurso más aceptable e idóneo para relegitimar los sistemas democráticos. Y la lógica encerrada en este tratamiento de la democracia es válida para el capitalismo en general y para sus restantes instrumentos característicos.

En suma, la transición histórica a la que se hace referencia aquí alude a un proceso extremadamente curioso: la adaptación del capitalismo a sí mismo, es decir, de un capitalismo con enemigos a un capitalismo liberado de las amenazas y que ahora debe enfrentar sin excusas sus carencias, sus fragilidades y, sobre todo, sus múltiples contradicciones y conflictividades, las cuales son también obra suya y no de agentes o circunstancias exógenas.

Relegitimación derechista: una poderosa tendencia

Instalado este tipo de tránsito, surge la posibilidad tendencial de que se abra un período prolongado de derechización de la política, porque no hay ninguna ley o fuerza natural ni social que ineluctablemente conduzca a políticas de relegitimación socialmente expansivas del sistema. Dicho más rotundamente: nada asegura que las readecuaciones del capitalismo no tiendan hacia una suerte de cinismo radical, esto es, a una discursividad y a una práctica que busquen la relegitimación por la vía de un conformismo valórico respecto de lo que el establishment simplemente es, que induzca a su aceptación acrítica y pasiva, y asentándola, básicamente, en los círculos exitosos y satisfechos de la modernidad, protegiendo conservadoramente dichos círculos de los grupos y factores excluidos, y abandonando a éstos a la espera azarosa de tiempos mejores.

¿Existen condiciones socio-políticas que amparen esas tendencias? Claro que sí.

- El mundo entero está sujeto, con límites muy precarios de opcionalidad, a las decisiones de poderes altamente concentrados – económicos, políticos, militares y culturalmente hegemonizantes – articulados en círculos mundiales de elitización y con capacidad para condicionar, naturalmente con tensiones y resistencias, los marcos de desenvolvimiento de la humanidad.

- En la mayoría de los estados-naciones, bajo distintas formas y en diversos grados, se reproducen tales círculos (fenómeno intrínseco a la globalización) y, por ende, la centralización del poder no se expresa, o no se expresa sólo, en la presencia de un país o un centro hegemónico, sino en una red mundializada de poderes concentrados que existe y actúa recorriendo lo nacional.

- La consolidación global y sin contrapartes del capitalismo, con sus formas más purificadas de libre mercado, conlleva natural y paralelamente a la extensión y fortalecimiento del factual liderazgo social del empresariado, tanto más potenciado habida cuenta de dos cuestiones: i) el debilitamiento del Estado-nación y ii) el debilitamiento estructural y cultural de otras fuerzas sociales, instancias, ambas, que otrora propendían a un mejor equilibrio entre los grupos y poderes sociales.

- Infinidad de estudios coinciden en que un rasgo de las sociedades contemporáneas es el desarrollo de fuertes sentimientos de incertidumbres y temores en vastos sectores ciudadanos, merced a la velocidad de los cambios modernizadores y al deterioro u obsolescencia de las antiguas estructuras que cumplían papeles de orientadoras colectivas, gestoras de certezas mínimas y protectoras de sujetos y cuerpos sociales. Incertidumbres y temores que inducen a una sobredimensión o exaltación valórica del “orden” y, por ende, a la búsqueda de amparo en el poder “realmente existente”, sin importar mucho su origen ni las mecánicas que emplee para asegurar el orden. Es decir, una relegitimación derechista y autoritaria del capitalismo no estaría exenta de respaldo ciudadano.

- Sin duda que una relegitimación de corte derechista y autoritaria del capitalismo iría aparejada a un incremento de los índices de conflictividad social y política. ¿Y qué? Ese no es un óbice para que se implementen políticas de relegitimación de ese tipo. Hoy, en primer lugar, la conflictividad no representa riesgos serios para el estatus, toda vez que no tiene canales que la orienten hacia alternativas anti y/o post capitalistas. Por consiguiente, el capitalismo tiene márgenes muy amplios para soportar conflictividades. ¿Acaso las dramáticas situaciones que enfrenta Argentina han asustado a los círculos hegemónicos de la globalización? En segundo lugar, y por lo mismo, la conflictividad puede ser aplacada por vías coactivas, puesto que no existe el peligro de que las represiones creen, como en el pasado, espirales ascendentes de confrontación entre proyectos de sociedad antitéticos. Dicho de otra manera, la fortaleza del capitalismo contemporáneo, la extinción de sus viejos adversarios, la concentración de los poderes defensores del estatus, la precariedad intelectual, política, organizativa en la que se encuentran las fuerzas que pudieran constituirse en contrapoderes, etc., le otorgan a los círculos derechistas y autoritarios grandes espacios de libertad, de facilidad y hasta de cierta impunidad para impulsar políticas de relegitimación con altos ingredientes represivos y excluyentes, ante la eventualidad de un desarrollo sistémico álgida y multifacéticamente conflictivo.

“Izquierdas capitalistas”

Vistas estas condiciones que sirven de sustrato a la tendencia reordenadora de rango derechista del capitalismo, cabe preguntarse acerca de la existencia de factores y fuerzas que apoyen la viabilidad de una tendencia de signo distinto, digamos, metafóricamente, de izquierda.

El tema es demasiado extenso como para abordarlo adecuadamente en este artículo. Me limito, por tanto, a unas pocas reflexiones y enunciados.

La dinámica capitalista, estructuralmente, no tiene una impronta sólo autoritaria, excluyente, derechista. También ofrece perspectivas socialmente expansivas, democráticas, progresistas. Pero éstas son ofertas que están dentro de los lindes de las leyes consustanciales a las sociedades capitalistas. Por consiguiente, para que actúen y se realicen como tendencia política, es menester la presencia de lo que podría llamarse, otra vez metafóricamente, “izquierdas capitalistas”. Esto es, izquierdas que asuman abiertamente proyectos y programas destinados a la reproducción ampliada del capitalismo, con políticas que, obviamente, enfaticen en los aspectos expansivos, liberadores, modernizadores, democratizadores del capitalismo.

Si se analiza con frialdad, izquierdas de ese carácter podrían ser, paradojalmente, fuerzas políticas más idóneas para el desarrollo de un capitalismo integralmente progresivo que las fuerzas de derechas, puesto que éstas, dadas sus fijaciones por el “orden”, fácilmente se atemorizan ante el progresismo capitalista a veces irruptivo (en las ciencias, en lo cultural-valórico, en lo societario, etc.), y tratan de frenarlo a costa de potenciales mayores desarrollos. Por otra parte, dados sus habituales nexos corporativos con grandes intereses económicos, son propensas a sacrificar lógicas genéricas del progreso capitalista en aras de favorecer parcialidades.

¿Están presentes hoy izquierdas de ese tipo, izquierdas ad hoc, para competir por la conducción del proceso transicional del capitalismo? Sí, pero muy embrionaria y focalizadamente, muy inhibidas y acechadas por adversarios de sus propios mundos. El grueso de las izquierdas son, más bien, fuerzas principalmente contestatarias y que se encuentran en un significativo estado de desconcierto.

El aporte de las izquierdas a la derechización
(O las izquierdas vergonzantes)

Para ahorrar escrituras y lecturas, entendamos por “izquierdas” a las diversas variables que caben dentro de los llamados “pensamientos políticos humanistas” y que poseen antecedentes doctrinarios socialistas o comunitaristas.

El actual proceso transicional que vive el capitalismo contemporáneo ha desorientado a las izquierdas mucho más intensamente que la desorientación que le produjo el exitismo de las derechas en la década de los ‘80 y el posterior derrumbe de los socialismos reales. Durante ese lapso, los progresismos humanistas se repusieron con rapidez y optimismo, pues pensaron que el nuevo mundo que se inauguraba, sin las perturbaciones maniqueas de la guerra fría, era esperanzador para el despliegue del reformismo humanista, para introducirle racionalidad y sensibilidad social, “con arreglo a fines y valores”, a un capitalismo reformado. Se pensó, entonces, que, en lo fundamental, los humanismos no estaban forzados a hacer abandono de sus matrices ideológicas y programáticas históricas. Bastaba con renovarlas.

Muy distinta es la situación presente, porque lo que plantea la fase transitoria es cómo se desarrolla más capitalismo y no menos, y ése es un planteamiento absolutamente inédito para las tradiciones intelectuales y políticas de las izquierdas, ergo, imposible de responder con simples renovaciones.

Este contexto desorientador ha tenido consecuencias tangibles en las prácticas políticas y en la discursividad de las izquierdas que, quiérase o no, han aportado a las construcciones hegemónicas de las derechas.

Para demostrar lo anterior es suficiente describir dos situaciones:

- Cuando las izquierdas gobiernan o han gobernado realizando obras modernizadoras del capitalismo, con claros efectos sociales positivos, por norma general no las reconocen, ni comunican, ni divulgan como obras que responden categóricamente a políticas de izquierda. O, si las reconocen como tales, lo hacen tan tímidamente, con tantas “justificaciones”, que no convencen a nadie. A veces, lo que es peor, las “justifican” amparándose en argumentos que hablan de la imposibilidad de superar “realidades objetivas”, o sea, no como resultado de convicciones y voluntades, sino como imposición de externalidades incontrolables para las izquierdas. ¿Puede haber mejor propaganda que esa para las derechas?

- Seguramente no hay ningún gobierno de izquierdas, por muy exitoso que haya sido en cuanto a progreso económico y social – por cierto, dentro de los cánones de desarrollo capitalista -, que no haya tenido entre sus principales críticos y detractores a sujetos y grupos de las propias filas de la izquierda. Y, en todos los casos, cualquiera sea su latitud, siempre el rechazo a las políticas implementadas tienen la misma tónica: se rechazan por ser producto de concesiones al empresariado, porque han sido extraídas de las baterías propuestas desde la derecha, etc. En el fondo, lo que se dice es que sólo con políticas de derecha o con gobiernos de derecha se puede gobernar bien una sociedad capitalista.

Con esa visión, nos asalta de inmediato una duda con ribetes de dramatismo: ¿cuáles son las sociedades que, en la actualidad, están destinadas y debidamente adecuadas para ser gobernadas por las izquierdas? Dramática pregunta, porque las únicas consecuencias lógicas que se desprenden de esas visiones criticistas son que las izquierdas sólo pueden y deben ser anticapitalistas y que, cuando gobiernan, deberían hacerlo bajo esa premisa. Como el buen sentido indica que no hay sociedades modernas capaces y dispuestas a soportar gobiernos anticapitalistas, lo que al final de cuentas proponen los criticistas es que una “verdadera” política de izquierda consistiría en renunciar a la opción de gobernar sociedades capitalistas. Ahora bien, si las izquierdas están deslegitimadas para gobernar a las sociedades capitalistas – porque cuando las gobiernan se desnaturalizan y dejan de ser de izquierdas – ¿qué corrientes políticas sí estarían legitimadas para gobernar a las sociedades “realmente existentes”?
La respuesta es innecesaria.