Sección: Internacional: Reordenamientos y transiciones globales

La resurrección del populismo en América Latina

Paulo Hidalgo A.

Avances Nº 44
Marzo 2003

Recientemente el connotado escritor peruano Alfredo Bryce Echenique respondía, al preguntársele su visión del Perú actual, que era necesario leer a un clásico de la literatura de su país que señalaba que Perú nunca había dejado de ser adolescente. Ello para concluir que en ese país históricamente ha existido una clase dominante pero nunca una clase dirigente. Es decir, una elite política seria que sea capaz de conducir efectivamente los destinos de una sociedad a través de programas racionalmente fundados y dotados de legitimidad social y política.

El populismo ha sido, en verdad, el tipo de gobierno que, con matices, en cada país ha tenido América Latina y que describió a Estados atravesados por sistemas clientelares, la permanencia de poderes en la sombra agrarios y oligárquicos; la recurrencia de una industrialización débil y limitada a mercados internos y la existencia reiterada de liderazgos retóricos que movilizaban a amplios sectores sociales, pero que no fueron capaces de generar las condiciones necesarias para un desarrollo estable en lo económico, social o político. La herencia está clara: América Latina tiene instituciones democráticas débiles, ciudadanías casi inexistentes, y en algunos casos fracturas sociales y étnicas que muestran a países desarticulados.

Pero ¿y por qué vuelve el populismo a asolar la región? Hipótesis de seguro hay múltiples, pero esta vez se puede señalar, reiterando el argumento, que ello ocurre debido a que la antigua clase política populista se desplomó y no hay por el momento una verdadera clase dirigente que se haga cargo de los países. Vuelven a campear en un cuadro de crisis económica y social los cantos de sirena de líderes populistas de nuevo cuño que con otros ropajes insisten en la misma retórica fracasada. Claramente la ciudadanía los vota porque no percibe alternativas, pero a la vez, se ensancha dramáticamente la desconfianza de la gente con respecto a la elite gobernante. Se trata de un juego suma cero francamente riesgoso que carcome a las débiles democracias de la región.

Pero a lo menos echemos un vistazo a lo que ocurre en algunos países. Varias sociedades, en las cuales se encuentra Argentina, aún no han realizado los programas de ajuste quizás más drásticos para ordenar sus cuentas fiscales y modernizar de manera clara a los respectivos estados. La pauta es la existencia de estados muy debilitados por las deudas con funcionarios públicos que perciben magros salarios y condiciones laborales precarias. El ajuste del Estado continúa siendo una tarea pendiente.

En el plano político la región es testigo de un cuadro complejo que se verifica por el surgimiento de liderazgos populistas que emergen desde fuera del sistema de partidos tradicional y son capaces de ganar elecciones con abultadas promesas de justicia social muy difíciles de cumplir. Son los casos de Hugo Chávez en Venezuela, Lucio Gutiérrez en Ecuador o Alejandro Toledo en Perú. En todos los casos, si bien la sociedad vota por candidatos populistas, a poco andar percibe que se ahonda la crisis económica y social sin que resuelvan los problemas más urgentes y se produce lo que los expertos denominan un “consumo político vertiginoso”. Es decir, ante la incapacidad de los líderes por entregar soluciones, la población vota por los candidatos más variados con la esperanza de que alguno de ellos enfrente seriamente los problemas de la gobernabilidad. Como ello no ocurre, se genera una aguda desconfianza de la ciudadanía con respecto al sistema institucional y a la democracia en particular que hace que aparezcan relativamente atractivas, en principio, fórmulas autoritarias que “pongan orden” al caos imperante.

La consecuencia de lo anterior es la seria crisis que enfrentan los sistemas de partidos históricos en América Latina. Tanto por las crisis económicas o por generalizados casos de corrupción o por la falta de sintonía con los cambios que es necesario introducir, todos los partidos políticos tradicionales de la región entran en un franco proceso de decadencia.

Venezuela contaba con una sólida democracia que por largo tiempo hegemonizó la escena política, el partido Copei de cuño socialcristiano y Acción Democrática de impronta socialdemócrata. El desplome de estos partidos ha inaugurado un período de turbulencias políticas y sociales en ese país. La clásica democracia colombiana en donde liberales y conservadores se turnaban la presidencia ha dado paso a la proliferación del narcotráfico, la guerrilla y la aparición de un conjunto de pequeñas agrupaciones políticas que hacen extremadamente difícil gobernar ese país, que se encuentra prácticamente balcanizado: grandes porciones del territorio en donde campea el orden de grupos paramilitares.

Argentina en el último lustro ha visto derrumbarse de modo estrepitoso su economía que condujo a una inesperada salida de la presidencia del radical Fernando de la Rúa que contribuye a la decadencia de ese partido hasta el día de hoy. El peronismo si bien mantiene algunos de sus liderazgos históricos e implantación en la sociedad, hoy se encuentra fracturado con la competencia reñida de tres candidaturas presidenciales; la patrocinada por el actual Presidente Eduardo Duhalde que ha levantado al ex gobernador de la provincia de Santa Cruz Néstor Kirchner, el retorno a la escena política del ex presidente Carlos Menem, y la competencia también del peronista Adolfo Rodríguez Saa. En todo caso todos los indicadores de opinión pública muestran en este país una marcada desafección y desconfianza de la ciudadanía con respecto a sus instituciones y a la clase política.

Cabe destacar, en este cuadro, la situación en verdad excepcional de Chile. Este país cuenta con un sólido sistema institucional que, más allá de los avatares recientes, describe a una sociedad que ha cambiado positivamente en estos años y que ha logrado interesantes grados de crecimiento económico y cohesión social, más allá de los temas pendientes de erradicación de las desigualdades y el combate a la pobreza más extrema. Este país se encuentra en una verdadera encrucijada puesto que los formidables éxitos que ha obtenido la Concertación se pueden poner en serio riesgo si no se detiene la hemorragia de irregularidades que se han desatado en el último tiempo. Al mismo tiempo la elite política ha perdido los ejes básicos de su programa político y se ha generado una verdadera fragmentación de los partidos que configuran la coalición gobernante. El tiempo dirá si se encuentra una salida racional y pactada de la situación actual o tienden a predominar las fuerzas de la dispersión que indican de manera indefectible el cierre de un ciclo en la política chilena.

Brasil también marca un importante matiz puesto que ha logrado en los últimos años mantener niveles aceptables de crecimiento económico y se ha producido un exitoso traspaso del mando presidencial de Fernando Henrique Cardoso a Inacio “Lula” da Silva, representante de la izquierda de centro que promete mantener los compromisos financieros del país y llevar a cabo reformas que mejoren los indicadores sociales.

México también indica un camino diferente puesto que la elección de Vicente Fox del Partido Acción Nacional por vez primera inaugura en ese país una alternancia en la Presidencia de la República que fue controlada por más de setenta años por el Partido Revolucionario Institucional. Los relativos buenos indicadores económicos de México, junto a los beneficios que le reporta su participación en el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, le aseguran una estabilidad económica envidiable.

Como se puede apreciar, la situación del continente en general muestra a sistemas institucionales en franca crisis, la presencia de una muy marcada desconfianza de la ciudadanía con respecto a sus liderazgos y el surgimiento en grados variados de figuras políticas que buscan capitalizar el descontento y administrar las expectativas de la ciudadanía utilizando la vieja retórica populista que no es capaz en el corto plazo de resolver de manera adecuada los urgentes problemas sociales y económicos de los respectivos países.

No parece haber por el momento otra alternativa que el desarrollo de políticas serias, técnicamente fundadas que combinen los equilibrios económicos con programas de protección social y que a la vez se propongan la reforma del viejo Estado populista que era cautivo de intereses y ataduras de diversa naturaleza. Esta parece ser la única alternativa viable en estos tiempos.