Sección: Pensamiento político: Debates contemporáneos

Las añosas recetas de las elites hegemónicas para Chile

Antonio Cortés Terzi

wwwasuntospublicos.org
Septiembre 2002

“Hay que mirar hacia el futuro”. Desde hace tiempo que esta es una frase constantemente repetida por actores de las distintas elites de la vida nacional. En la actualidad, a propósito del estado crítico por el que atraviesa la economía, se la usa con frecuencia como proposición genérica para salir del empantanamiento de la economía.

Lo curioso es que la inmensa mayoría de quienes postulan esa “mirada al futuro”, a renglón seguido agregan: “debemos volver a crecer a los ritmos de la década pasada”, para lo cual sugieren retomar las fórmulas y políticas que se aplicaron en esa década y que, se supone, fueron las causantes del período de bonanza económica. Pero “mirar al futuro” teniendo como paradigma el pasado es, por decir lo menos, una paradoja.

Se sabe que, en los tiempos que corren, no se cuida mucho el rigor en el lenguaje. Podría pensarse, en consecuencia, que tal paradoja es un simple efecto de ese descuido. Sin embargo, no es así.

Cuando se viven situaciones críticas, amenazantes y de desenlace incierto, es propio de la naturaleza humana y de la naturaleza social intentar buscar refugio y respuestas en experiencias conocidas y satisfactorias. Y lo conocido, como experiencia propia, sólo se encuentra en el pasado.

Pero el pasado, por antonomasia, es pasado, o sea, inexistencia.

Pareciera que buena parte de los cuerpos elitarios chilenos han optado por el camino de las añoranzas en la búsqueda de salidas al estado modesto y riesgoso en el que se desenvuelve la economía nacional. Las reiteradas alusiones y convocatorias a “retomar la senda de la década pasada” es un indicador de aquello. Pero también lo son algunos discursos y propuestas que, puntual y desordenadamente, empiezan a demandar revisiones en las políticas impositivas, en las políticas fiscales, a sugerir un mayor activismo del Estado en la economía, etc.

Dos viejas visiones

En el fondo y en lo esencial, los debates de los últimos tiempos están siendo dominados por los desencuentros entre dos visiones añosas. Una que reclama el retorno a la aplicación de políticas y medidas propias o cercanas a la “ortodoxia” neoliberal y que tendrían el aval empírico de los éxitos logrados desde mediados de los ’80 hasta casi fines de los ’90. Y otra que, desde los escombros del desarrollismo, recupera nociones y fórmulas que están inmersas en una visión estratégica que, de facto y más implícita que explícitamente, promueve un cierto retorno al “crecimiento hacia adentro” y a confiar en la expansión de la demanda interna como dinamizadora de la economía. También esta mirada se ampara en cierta empiria, a saber, que el “modelo económico” es el que está haciendo agua y que los procesos modernizadores, globalizadores, crecimentistas, ya no generan per sé las confianzas de ayer.

Estas regresiones analíticas y discursivas resultan, además de la reacción psico-social descrita, de varios fenómenos que se suman y entrelazan y cuyos orígenes se encuentran en ciertas carencias en las formas de reflexionar los problemas nacionales, algunas ancestrales y otras que emergen de rasgos culturales que acompañan a la modernidad. De entre ellas, las más destacables son las siguientes:

Resistencias a la historicidad del saber.- En términos generales, los pensamientos más influyentes de la llamada cultura “occidental y cristiana” tienden a resistir o a sesgar las concepciones historicistas del devenir de la humanidad y del conocimiento. Por eso es que, por ejemplo, historicistas como Hegel o Croce tienen una muy escasa presencia en la academia y en las escuelas político-intelectuales. Actitud que es tanto más visible en las ciencias económicas, particularmente en lo referido a preceptos aplicables.

Si se presta atención, los debates actuales sobre políticas económicas no van mucho más allá de las improntas neoliberales o keynesianas o neokeynesianas. No obstante, ambos esquemas fueron exitosos en sus momentos para los efectos de readecuar los sistemas económicos, pero ninguno de los dos puede volver a ser igualmente exitoso, porque ya no se corresponden a las condiciones, contextos y demandas históricas.

La ahistoricidad en las discusiones está pesando negativamente en los esfuerzos por hallar fórmulas que promuevan una mejor gestión económica. En estas materias se ha generado un cierto anquilosamiento cuya responsabilidad mayor radica en la preeminencia que todavía tiene en Chile, quiérase o no, el pensamiento neoliberal acuñado durante el régimen militar. De hecho, sigue siendo ese pensamiento el que impone la tónica en las discusiones. Las posiciones contrarias son más bien reactivas, particularmente en el plano de las polémicas específicas sobre propuestas y decisiones políticas.

En el presente, el esquema neoliberal “ortodoxo” está obsoleto, descontextualizado. Más aun, es insuficiente y hasta contrario a los requerimientos de una estrategia de crecimiento sostenible en el tiempo. Por lo demás, su aplicación absoluta es enteramente inviable.

En lo fundamental, lo que explica la eficacia de tal esquema y sus innegables logros en el pasado es el cuadro histórico en el que se implementó. La clave de su funcionalidad estuvo en que fue idóneo para superar la hipertrofia que sufría el sistema económico por los excesos estatistas del desarrollismo y por el agotamiento de la capacidad expansiva de éste. Bien podría decirse que la racionalidad y eficiencia histórica del ethos neoliberal se debió a que sus fórmulas fueron adecuadas para transitar hacia una economía cuyas relaciones y leyes esenciales son las intrínsecas a las de una economía de libre mercado.

Ergo, concluida esa transición, su ethos y sus medidas tienen una racionalidad y una funcionalidad marginal.

Disminuir el tamaño del Estado y restarle tareas, privatizar, liberalizar aún más el mercado del trabajo, restringir todavía más los marcos regulatorios y fiscalizadores, suprimir o atenuar impuestos, etc., son propuestas que tienen una fuerte carga ahistoricista, atávica, ideologista. Y, en conjunto, no constituyen elementos de una veraz estrategia de desarrollo económico, precisamente porque no se corresponden ni con el estadio histórico alcanzado por la sociedad chilena y su economía ni tampoco con los desafíos contemporáneos, bastante más complejos, imprevisibles y radicales que los que se le planteaban a Chile y al mundo en los tiempos en los que el neoliberalismo hizo su agosto.

Lo anterior no significa desconocer que algunas de las propuestas clásicas del neoliberalismo no sean aplicables y convenientes en la actualidad, pero sólo como medidas parciales y enmarcadas en cosmovisiones y parámetros estratégicos muy distintos al alma neoliberal.

En suma, las reflexiones y debates sobre el futuro económico-social del país necesitan de un giro analítico trascendente, que implique, primero que todo, asumir que las teorías, los modelos conceptuales, están tan sometidos a la historicidad como la realidad misma y que, por consiguiente, las lógicas y esquemas neoliberales no pueden ni deben seguir dictando las pautas globales de los estudios y discusiones.

Conservadurismo analítico y empírico.- En Chile es perceptible una atmósfera bastante conservadora en el pensar y en el hacer de las elites. Conservadurismo que está asociado al ahistoricismo tratado en el punto precedente que impide u obstaculiza ver que las innovaciones de los lustros anteriores ya no revisten esa cualidad y que conformarse con su reiteración es, hoy por hoy, conservadurismo.

Pero el fenómeno tiene, además, otra explicación. En los últimos años, voluntaria y/o involuntariamente, los cuerpos elitarios criollos fueron construyendo, defendiéndose y encerrándose en una suerte de cultura o pensamiento “oficial”. El proceso que asentó ese oficialismo estuvo caracterizado por i) el acotamiento de la heterogeneidad cultural e intelectual a los pensamientos más funcionales a la transición política y ii) la marginación factual de las corrientes intelectuales disidentes, incluso de aquellas cuya disidencia no iba más lejos que una convocatoria a pensar la sociedad chilena bajo un prisma más amplio que el que permitía la pura transición política.

Algunos efectos de este proceso fueron los siguientes:

- El universo intelectual y político-intelectual con vocería influyente se restringió numérica y cualitativamente y esto ocurrió tanto en el mundo de la Concertación como en el mundo de la derecha.

- Este cuerpo intelectual y político-intelectual, transversal y oficial, propagó e impuso un discurso cerrado, refractario a la crítica y a la discrepancia, que incluía un conjunto de categorías – gobernabilidad, crecimiento, globalidad, modernidad, etc. -, concebidas unidimensionalmente y que devinieron en pauta temática exclusiva y excluyente.

- La intelectualidad “extraoficial”, o parte de ella, en la medida que se hacía más evidente su ostracismo, fue radicalizando sus reacciones, lo que produjo, a su vez, la emergencia de un criticismo antisistémico de corte tradicional, quejumbroso, frustrante, amargo y que, sin embargo, empatizó con focos políticos y sociales también con percepciones de marginación o no dispuestos a continuar disciplinados al discurso oficial e inmovilista que acompañaba a la transición.

- Esta suerte de polarización sin interlocución veraz, empobreció la práctica reflexiva y los debates, subordinó el trabajo intelectual a lógicas de poder grupal y, por ende, lo indujo hacia expresiones maniqueístas.

El resultado sintético se manifestó en un conservadurismo analítico, merced a que no se valoró la riqueza del pluralismo en el pensar y se optó por el atrincheramiento de los cuerpos intelectuales discrepantes. Y además, porque el clima creado exilió o forzó al autoexilio de los debates a una fracción nada despreciable de la intelligentzia nacional, probablemente la intelectualmente más autónoma e innovadora.

El conservadurismo intelectual ha tenido mucho más consecuencias prácticas de las que pareciera a simple vista. En lo substancial se ha expresado en que los problemas y temas que ocupan las agendas han adquirido un carácter inercial, de suerte que omiten o soslayan los quiebres que se han producido o se están produciendo en la realidad. Quiebres que se han presentado en un triple plano:

- En el político, como resultado del fin de la centralidad de las cuestiones propias de la transición y del surgimiento de cuestiones que indagan sobre la democracia – sus instituciones, procedimientos y funcionalidad – y sobre el Estado-nación – su fortaleza, su capacidad decisional autónoma, etc. – Fenómenos que nacen de la modernidad y de la globalización, que se encuentran en pleno proceso y cuya marcha y desenlace están llenos de incertezas.

- En el económico, debido al término del ciclo expansivo de la economía que plantea la necesidad de revisar aspectos estructurales del rodaje económico interno y a la luz de los cambios en curso de la economía y del escenario político mundial.

- En el socio-cultural, como consecuencia de las transformaciones en el sistema productivo, del acelerado crecimiento económico en la década de los ’90, de la alteración de valores y conductas sociales tradicionales merced a la modernización universalizada, etc. Tal vez la manifestación socio-cultural más importante y sintética que han producido esos hechos sea el quiebre o conmoción del viejo “contrato social” que regía las relaciones entre individuo, sociedad e instituciones y el tránsito hacia la configuración de nuevos vínculos y contratos entre esos tres elementos.

Ahora bien, en todos estos planos existen innumerables iniciativas y están en juego varias reformas. Sin embargo, la mayoría de ellas se han mantenido dentro del cuerpo de ideas que las originaron, pese a que esos orígenes están varios lustros atrás y son anteriores a los quiebres mencionados. Así ocurre, por ejemplo, en el área de la educación, en las políticas de regionalización y municipalización, en el campo de la gestión de la administración pública, etc. Más arriba ya se habló del conservadurismo que aqueja a los debates sobre reactivación económica. Y de igual manera pueden calificarse las discusiones sobre reformas constitucionales, puesto que continúan marcadas por el síndrome de la transición política.

En resumen, las elites criollas, emulando a los leninistas de otrora, parecieran tenerle pánico a las revisiones y se apegan con extremado celo y ortodoxia a su propio “discurso oficial” que, precisamente, por la carencia de revisiones, ha devenido conservador.

Crecimiento: ansiedad y monismo.- En el reciente Te Deum de Fiestas Patrias, el arzobispo de Santiago, cardenal Francisco Javier Errázuriz, llamó a “moderar nuestra impaciencia”. Llamado que apunta a relevar – y criticar – un rasgo de la cultura nacional moderna: la ansiedad.

“La ansiedad es un desasosiego íntimo ante la necesidad de desprenderse rápidamente de la situación en que se está... o bien, el deseo vehemente de alcanzar algo. Así, el hombre actúa en su vida diaria apresurado por terminar lo de ese momento para emprender lo que siga”. Esta es la descripción que hace Armando Roa de esta característica del hombre moderno en su libro Modernidad y Posmodernidad.

No hay que escudriñar demasiado para percibir que el tema del crecimiento económico ha sido abordado con una dosis elevada de ansiedad, de “desasosiego íntimo”, de “deseo vehemente”. Y la ansiedad obnubila, irrita, produce estados febriles y efectos somáticos. Entonces, la reflexión se enturbia.

El comportamiento ansioso de las elites las ha llevado a dos tipos de “perversiones” reflexivas en materia de crecimiento económico.

De un lado, a una suerte de monismo analítico y propositivo, esto es, a querer encontrar una sola causa o una causa esencial explicativa de la baja en el crecimiento y, congruentemente, a proponer una medida clave para la reactivación. A veces, el monismo es más sofisticado y se mencionan varias explicaciones y propuestas, pero la variedad, en el fondo, siempre tiene un eje omnipotente.

Un ejemplo de este monismo es la insistencia en culpar a las últimas reformas laborales por la situación económica y sostener la flexibilidad laboral como factótum reactivador. Y podrían señalarse muchos más ejemplos de esta naturaleza.

De otro lado, fruto del monismo y de la ansiedad, las reflexiones son sesgadas, carentes de miradas totalizadoras e integradoras. Economía y crecimiento son variables tratadas con excesiva autonomía y como subordinadoras y predeterminantes de las variables extraeconómicas. La reflexión ansiosa es antitética a la reflexión totalizadora e integradora, porque la ansiedad es contraria a la aceptación de los tiempos que requiere una reflexión de ese carácter. La ansiedad impele a la búsqueda de explicaciones simples y de soluciones inmediatas. De allí que las reflexiones bajo esa motivación deriven también en regresiones intelectuales y políticas: echan mano a lo ya conocido y probado.

Buenas noticias

Existen muchos indicadores – todavía un tanto desordenados e inorgánicos – que muestran un creciente agotamiento de la hegemonía del “discurso oficial”, de la elite que lo construyó y propagó y de su intrínseco conservadurismo analítico. Un síntoma empírico y fácil de constatar es que han ido perdiendo legitimidad social las visiones unívocas del “discurso oficial” y que sus categorías más caras y unidimensionales ya no cautivan ni unifican ni siquiera a su propio mundo intelectual y menos logran hoy silenciar como otrora a la intelectualidad disidente.

Junto a los indicadores de tal agotamiento existen otros que denotan la emergencia de una intelectualidad alternativa, con un discurso superador, que rompe las inercias analíticas conservadoras o regresivas e insinúa la apertura de un proceso de reflexión cualitativamente superior y más idóneo a los problemas que plantea la realidad de la sociedad chilena. Y todo ello sin atisbos de adscripción a alternativismos maximalistas y extemporáneos.

Del conjunto de estos indicadores interesa aquí destacar uno, dada sus particularidades emblemáticas y conceptuales. Me refiero al encuentro organizado por el Centro de Estudios Públicos, CEP, el mes pasado y que reunió a intelectuales, empresarios, dirigentes políticos y autoridades gubernamentales, incluido el Presidente de la República.

¿Por qué ese evento fue relevante y sintomático de buenas noticias en cuanto a que la sociedad chilena tiene opciones para repensarse y para reorientarse positivamente?

En primer lugar, porque, siendo un evento elitario, fue cuestionador de las elites “transversales” y “oficiales” más influyentes en la conducción del país, en los últimos tiempos y en sus diversas esferas, en cuanto a su capacidad para pensar el país como Estado-nación y para prever los tiempos futuros.

En segundo lugar, porque esa crítica provino y fue compartida por analistas de ideologías dispares, intelectualmente prestigiados y que, aparte de esas características, poseen las de la autonomía intelectual, facilitada por el hecho de que no radican hoy en Chile y por el hecho de no estar comprometidos, en relación de dependencia, con afiliaciones político-corporativas o empresarial-corporativas.

En tercer lugar, porque fueron esos analistas los verdaderos protagonistas intelectuales de lo que se expuso en ese torneo y, de facto, impusieron una convocatoria para las reflexiones.

En cuarto lugar, porque, pese a ser economistas – me refiero a Eduardo Engel, Sebastián Edwards, Andrés Velasco, David Gallagher -, y tal vez en ello radique su mérito mayor, plantearon los problemas de la economía dentro de la olvidada visión de la economía política, es decir, incorporando a los análisis y propuestas cuestiones extraeconómicas (societales, culturales, político-institucionales, conductuales, etc.); y no como simples agregados a un factor determinante y determinista, el económico, sino como cuestiones orgánicas, intrínsecas y tan gravitantes como aquél en el desarrollo económico.

En quinto lugar, porque sus miradas estaban lejos de las miradas ansiosas y corporativistas con las que habitualmente se abordan los problemas atinentes al crecimiento y que en la mayoría de los casos concluyen y presagian que si no se crece mañana a equis tasas el país se derrumbará y que, ante tal amenaza, bien se justificarían medidas de alto costo social. Bemoles más o bemoles menos, lo que esos economistas plantearon es la imposibilidad de eludir políticas que, en proyección estratégica, impulsen progresos en áreas extraeconómicas como condición sine qua non para elevar los índices de crecimiento.

Sobre los blindajes: ¿búnker o tanque?

Las líneas gruesas de diagnósticos y perspectivas sugeridas por los intelectuales mencionados tienen no sólo la virtud de contribuir a un rediseño estratégico para el país, sino que también aparecen como respuesta a tendencias coyunturales que reflejan síntomas de desconcierto.

Una de esas tendencias es la de ofrecer soluciones inmediatas adoptando un recetario minúsculo de medidas al que se le confieren cualidades de panacea: privatizar, flexibilizar, desregular, congelar y/o bajar impuestos, etc. Ya está dicho que esas son proposiciones que obedecen a actitudes regresivas que aquejan a parte de las elites.

La otra tendencia, que cobra un creciente atractivo factual, tiene que ver con el recurrente uso del término “blindaje” y que, grosso modo, consiste en la idea de que lo que corresponde en la coyuntura es proteger al país de las turbulencias y conmociones externas y declararse en una suerte de estado inmovilista en espera que esos fenómenos sean superados.

No cabe duda que la “teoría” del blindaje es atendible en ciertas materias técnico-económicas. Pero no posee la misma racionalidad en un ámbito más general. Metafóricamente podría decirse que el blindaje tiene dos opciones: el blindaje de búnker o el blindaje de tanque. El búnker protege, pero a costa del encierro y el quietismo. El tanque protege, pero, a la par, permite avanzar, aunque sea un vehículo comparativamente pesado y lento.

Si, a propósito del blindaje de determinados aspectos técnico-económicos, el conjunto de las actividades político direccionales son concentradas en un búnker, cabe la posibilidad que de poco sirva la protección. Porque al salir del encierro los cambios de escenarios pudieran ser tales que lo guarecido ya no sirva o, al menos, no sirva para un efectivo repunte económico.

Lo planteado por los intelectuales aludidos resuelve el conflicto entre blindaje y movimiento, porque, en lo esencial, convoca a actuar con audacia en áreas extraeconómicas y con proyección de rango histórico, de suerte que el país no sólo no se inmovilice estratégicamente sino que, además, use los tiempos críticos para avanzar en áreas rezagadas y para preparar su capacidad de reacción frente a los cambios universales que seguramente se harán visibles una vez concluida esta etapa de conmociones.