Sección: Internacional: Reordenamientos y transiciones globales

Los atentados: la política exterior de EE.UU. y Chile

José Luis Díaz

AVANCES Nº 41
Septiembre 2001

Introducción

Los atentados terroristas ocurridos en Nueva York y Washington no sólo han trastocado la agenda de seguridad y defensa de los EE.UU. sino que del conjunto de países sistema internacional.

Los lugares, la magnitud y la modalidad de la acción terrorista parecen representar un hito de tal dimensión que algunos analistas sostienen que representa el “fin del siglo XX” y “la primera guerra del siglo XXI”, “la primera acción del terrorismo posmoderno”, “un punto de inflexión en la historia contemporánea”, etc.

Especular sobre el lugar que ocupará en la historia política contemporánea este hecho nos parece inconducente, falta de perspectiva histórica y que ocurran otros hechos previsibles: la naturaleza de la represalia de los EE.UU., nos lleva a pensar de ese modo. Creo que es más útil un análisis sobre los cambios y las constantes que representan estos hechos para las agendas de seguridad y defensa de nuestro país.

El nuevo orden en formación y la naturaleza global de las nuevas amenazas emergentes (el terrorismo, el narcotráfico, el crimen organizado, el genocidio) no dejan lugar a posiciones neutrales o de aislamiento.

Este artículo tiene por objeto analizar las primeras repercusiones que los atentados del 11 de septiembre han tenido para la política exterior de los EE.UU., enfocados desde la perspectiva de la seguridad y la defensa de nuestro país. Efectuaremos las mínimas referencias a las consecuencias “técnicas” para la lucha contra el terrorismo internacional y evitaremos introducirnos en el complejo y desconocido, aunque fascinante, tema de las expresiones políticas del fundamentalismo islámico contemporáneo.

Terrorismo de la era de la globalización

Se trató de un atentado inédito en cuanto al número de víctimas civiles (más de 7 mil “desaparecidos”), se realizó en territorio continental de los Estados Unidos (que no había sido atacado desde ¡1812!) y por el uso de aviones comerciales secuestrados que fueron usados como verdaderos misiles.

El efecto del criminal atentado se multiplicó por una variable distintiva del proceso de globalización: el extraordinario desarrollo de los medios de comunicación y en especial de los audiovisuales, con su secuela de lo que podría denominarse la instantaneidad noticiosa mundial, que informó en directo de lo que acontecía con las torres de Nueva York y con el Pentágono (1).

Por otro lado, y en el plano de la violencia política internacional, se puede plantear que esta acción se convertirá en una especie de paradigma en la era de la globalización.

Implicancias globales de los atentados

Los atentados terroristas el martes 11 de septiembre han creado la sensación internacional de que el mundo cambió de un día para otro. Tal vez sea una visión demasiado influida por la perplejidad y el asombro de lo acontecido, y que carece de la suficiente distancia para una correcta evaluación. No obstante, lo que nadie puede poner en duda es la profunda huella que esos sucesos han dejado en la opinión pública internacional.

Otra transformación que se puede citar es que a dos semanas de producidos los hechos existe una cierta indefinición del “enemigo”; se ha producido un reto a un Estado nacional, que ha anunciado que replicará recurriendo al empleo de la fuerza, pero aún no han sido despejados dos puntos importantes: primero, qué buscaba el “enemigo” al atacar estos objetivos civiles y militares y, segundo, todavía no está del todo claro cuál será el o los objetivos de la represalia que implementará EE.UU.

En el ámbito de la seguridad hemisférica, los efectos de los atentados producidos en Nueva York y Washington todavía forman parte de un proceso no decantado.

De acuerdo a la unánime y decidida respuesta de los países de América Latina, las relaciones de nuestras naciones y los Estados Unidos tienen una buena oportunidad para su profundización. Todos los países del hemisferio solidarizaron con el pueblo y el gobierno estadounidense. Incluso algunos han planteado su colaboración, directa e indirecta, a las acciones militares que piensa emprender EE.UU.

En el plano de la lucha contra el terrorismo, la cooperación regional se expresará en cuestiones como los operativos policiales internacionales (con un apoyo importante de las labores de inteligencia) que son un instrumento eficaz para desmantelar las redes financieras, logísticas y operativas de estos grupos. También, la región deberá aumentar sus labores de control en zonas sospechosas de constituir “santuarios” de terroristas, como la denominada Triple Frontera, y deberá incrementar la cooperación en el ámbito de la represión judicial de los delitos terroristas.

Los atentados, EE.UU., y su política exterior

Es un lugar común señalar que los énfasis en la política exterior de los EE.UU. los entrega la política doméstica, en mayor medida que el resto de las naciones desarrolladas; por lo tanto habría que esperar que las acciones terroristas de Nueva York y Washington impactaran en forma significativa en la política del presidente George W. Bush.

Es la primera vez en la historia que el país del Norte busca formar una coalición internacional para responder a un ataque sufrido en suelo propio. Su tradición, hasta ahora, era acudir a socorrer a sus aliados, como lo venía haciendo en conflictos como las dos guerras mundiales del siglo XX. El arco de alianzas y acuerdos que está construyendo supera el gestado en vísperas de la Guerra del Golfo y, por cierto, está muy distante del que conocimos en tiempos de la Guerra Fría.

Algunos analistas sostienen que lo anterior estaría indicando que las autoridades de Washington entienden que la magnitud de la amenaza impide que ella sea enfrentada y resuelta con éxito en forma unilateral. Ante un enemigo abstracto, cuyos tentáculos pueden estar diseminados por el mundo, EE.UU. requiere del servicio y colaboración de sus aliados e incluso no particularmente cercanos a los dictados de Washington.

Los halcones de la política exterior de los EE.UU.: el Vicepresidente Dick Cheney , el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, la Consejera de Seguridad Nacional Condelezza Rice están en un ambiente que les acomoda. El Secretario de Estado (nuestro Ministro de RR.EE.) Colin Powell, ex militar de carrera, está abocado más a los trajines diplomáticos de la iniciativa norteamericana.

Los EE.UU. deberían con el transcurso de los años, reformular algunas de sus iniciativas de seguridad más queridas, como el Escudo Antimisilísticos (para el que Bush había pedido recientemente 40.000 millones dólares más), ya que las “nuevas amenazas” para sus intereses nacionales parecen bien diagnosticadas, pero todo indica que los antídotos andan un poco errados. Desde un enfoque algo clásico, parece que los intereses del complejo militar-industrial de los EE.UU. (y la búsqueda de superioridad tecnológica) le hicieron un flaco favor a la imagen de invulnerabilidad del país.

Nuestro país y los atentados

Los países que no somos potencias necesitamos de un orden regulado; instancias multilaterales como la Organización de Naciones Unidas u otras, para que la fuerza del derecho internacional proteja nuestros intereses.

Nuestro modelo sólo puede desarrollarse y seguir teniendo éxito con el incremento de la estabilidad internacional. Los intereses de Chile se encuentran en un mundo regulado. Un mundo más inseguro conspira contra uno de los intereses vitales de nuestro modelo de desarrollo.

Al mismo tiempo, la construcción de un orden internacional basado en el respeto al derecho constituye uno de los principios más caro de nuestra Política Exterior.

Desde el primer instante, el gobierno chileno señaló que con respecto a los brutales, inhumanos e indiscriminados ataques terroristas no se podía ser neutral; que esos actos los rechazábamos porque “ninguna razón, historia o sufrimiento puede justificar el asesinato colectivo”.

Otro elemento que contribuye es el entorno de paz regional que hemos ido construyendo en los últimos años, a través de una multiplicidad de acuerdos de confianza mutua con nuestros países vecinos y con otros países de la región.

La política de Defensa apoya estos esfuerzos, a través de la participación en Operaciones de Paz de Naciones Unidas y la construcción y perfeccionamiento de diversos mecanismos de seguridad regional. En este sentido, los avances registrados en los procesos de integración facilitarán los indispensables trabajos de coordinación en el área de la inteligencia y de la acción policial.

Una de las constantes que el país debería mantener es persistir en los esquemas inclusivos a nivel internacional. El apoyo del multilateralismo, que se expresa en el respaldo de organismos como la coordinación política que proporciona el Grupo de Río, nuestra presencia en el ámbito multilateral hemisférico y por cierto, en la ONU debería profundizarse.

Hoy, para países como el nuestro, de estatura mediana en el concierto internacional, la autonomía externa no se define por el poder para sustraerse de los fenómenos globales, sino por el poder para participar e influir eficazmente en los asuntos mundiales que nos afectan; en particular, a través de organismos y regímenes internacionales.

Una de las experiencias que nos deja lo ocurrido es que ningún conflicto internacional, por lejano que nos parezca, deja de influir en nuestra realidad nacional, en sus diversas dimensiones política, económica, social o cultural. La interdependencia es parte del fenómeno que comentamos; debería ser también parte de la solución.

La lección parece clara y simple: ante amenazas de carácter global se requiere mayor cooperación internacional. Se necesitan gobiernos competentes, altos niveles de participación ciudadana y una vigorosa cooperación internacional para encarar un conjunto de amenazas que han crecido en alcance y virulencia.

Al mismo tiempo necesitamos perfeccionar nuestros mecanismos de coordinación en materia de inteligencia y las tareas de cooperación que sean necesarias en ese ámbito para enfrentar amenazas globales. Un país tan inserto en el acontecer internacional como lo es Chile hoy, necesita de instrumentos eficientes para responder a los nuevos desafíos de la seguridad nacional e internacional.

El incremento de las medidas de seguridad es un eficaz método preventivo, pero es engañoso imaginarlo como la solución al problema. El respeto a la diversidad étnica, religiosa y política debería ser el norte que motive la acción exterior e interior de una comunidad nacional que desea progresar y contribuir a la paz internacional.

Comentarios finales

Hemos presenciado el primer atentado terrorista de destrucción masiva del siglo XXI, en los centros del poder económico y militar de la única súper potencia de nuestro tiempo. Estamos insertos en una coyuntura internacional de profundas mutaciones, cuyo alcance aún no podemos evaluar a plenitud. Se puede afirmar que la fase histórica que se abrió luego de la caída del muro de Berlín ha ingresado a una de sus coyunturas más dinámicas.

Tenemos que avanzar en contribuir al diseño de nuevos y eficientes mecanismos de seguridad, tanto en el ámbito regional como internacional. Simultáneamente, también es evidente que Chile debe refrendar su compromiso con la paz internacional y las tareas que de ello se desprendan.

Es indispensable reiterar una verdad que no por vieja deja de ser válida: en tiempos de cambio y transición, los países que tienen una mejor cohesión interna están mejor preparados para enfrentar los nuevos desafíos y aprovechar las nuevas oportunidades. La tolerancia, el respeto al Estado de Derecho y a la diversidad, la cohesión nacional ante los temas de Estado, son rasgos que han asomado positivamente en estos días y que son básicos de a democracia.

La Guerra Fría fue el último de los órdenes mundiales modernos. Hoy nos encontramos ante un horizonte diferente. Una parte importante del viejo orden sigue estando presente, al tiempo que lo nuevo carece aún de definición. Incluso más, mucho de lo nuevo se conformará con elementos premodernos (por ejemplo, las luchas religiosas y los agrupamientos pre-estatales) pero en un contexto de alcance global. Los hechos recientes nos muestran algo que ya Chiapas preanunciaba: elementos de la primera ola (reivindicaciones étnicas) se combinan hoy con formas de guerra comunicacional propias de la tercera ola; el internet y las comunicaciones globalizadas.

Estas acciones digitadas por grupos que son “reaccionarios” con respecto al proceso de globalización, han permitido que los sectores más conservadores de cada país se sientan a sus anchas pronosticando la guerra, el conflicto y la desconfianza entre individuos y países. Los “halcones” de todas las latitudes (unidos) parecen imponer una agenda donde las libertades, la equidad y la cooperación a nivel internacional pasen a un segundo plano.

Por ejemplo, una de las expresiones progresistas que protagoniza nuestra era global, es la manifestación crítica y de rechazo conocida como movimiento anti-globalista; sectores que han sido desplazados en las agendas noticiosas, entre otras cosas porque las cumbres mundiales que le servían de plataforma han sido postergadas por el medio a las acciones terroristas y porque las agendas gubernamentales fueron “pulverizadas” (al menos en los países desarrollados) por los acontecimientos de este otro 11 de septiembre.

La derrota final del terrorismo se consigue con medidas políticas que consignan su aislamiento de sus bases sociales, económicas y políticas. La concertación internacional en su contra es ahora más urgente que nunca. La sociedad civil también debe jugar su rol, participando de soluciones políticas demandas de minorías desesperadas por la represión o la indiferencia; como parece ser la situación de los palestinos en los territorios ocupados.