Sección: Partido Socialista: Recomposiciones y debates

Obsolescencia de los socialistas históricos y reconversión del PS

Antonio Cortés Terzi

www.asuntospublicos.org
Julio 2003

En los meses de mayo y junio el Partido Socialista tuvo dos eventos relevantes. El 18 de mayo su militancia votó para elegir a los miembros de su Comité Central y el 14 de junio esa instancia se reunió para constituirse como tal y ungir a sus nuevas jefaturas.

Ambos hechos tuvieron una baja cobertura medial, lo que se condice con la falta de interés del público por lo que acontece al interior de los partidos. Indiferencia que, en este caso, es tanto más comprensible porque el periodismo sabía – y no sólo el periodismo – que ninguno de ambos eventos iban a producir novedades. Incluso el hecho que podía causar más interés público y noticioso, o sea, la dilucidación de quién sería el nuevo presidente del socialismo chileno, era un dato dado y conocido con una antelación inusual.

Los dos eventos, en definitiva, fueron percibidos y abordados por la prensa con el desinterés propio que produce lo ritual.

Dos novedades

Sin embargo, si se usa una óptica más analítica se descubre que esos dos ejercicios realizados por los socialistas en el curso de dos o tres semanas tienen ingredientes altamente novedosos. Aun más, quizá a la postre devengan en acontecimientos de rango histórico no sólo para la internalidad del socialismo, sino también para el devenir de la política nacional.

Un primer dato novedoso radica en el hecho de que las tendencias tradicionalmente rivales y que han conducido al PS durante más de una década, conformaron, en esta oportunidad, una suerte de “Santa Alianza” que plasmaron en la presentación de una lista unitaria, con subpactos, para las elecciones de los miembros del Comité Central.

Algunos han pensado y argumentado que se arribó a ese pacto porque las distintas tendencias descubrieron y asumieron que la evolución de cada una de ellas en los últimos años se había traducido en un proceso de acercamientos políticos, doctrinarios, programáticos, etc. que tornaron fútiles las diferencias en ese orden de cosas y que, por ende, se habían creado condiciones político-ideológicas y político-estratégicas suficientes como para erigir un bloque interno unitario.

Otros esgrimieron argumentos de dimensión más modesta, aunque siempre dentro de la idea de los acercamientos más o menos sustantivos que se habrían dado entre las corrientes partidarias. Para éstos, el tema central era unificar a las tendencias que tenían en común la voluntad y decisión de asegurar el apoyo y lealtad del PS al gobierno del Presidente Ricardo Lagos.

Entre ambos tipos de argumentos hay diferencias de matices, porque, al fin de cuentas, postular la necesidad de un partido fiel y disciplinado a la conducción gubernamental del Presidente, presupone una cierta cosmovisión compartida acerca de la justeza de las políticas y los programas del gobierno.

Es innegable que, efectivamente, las discrepancias entre las líneas oficiales (subrayo “oficiales”) de las fracciones socialistas no son muchas ni muy profundas. A lo que colabora bastante el que, en realidad, ninguna de ellas tiene definiciones muy elaboradas y rigurosas sobre aspectos sustantivos. Es decir, las propias fragilidades y carencias en materias conceptuales y político-estratégicas que muestran todas y cada una de las tendencias, devino en factor facilitador del encuentro político-electoral entre ellas.

Por otra parte, es de suyo comprensible que el PS postule, como política ordenadora interna, un respaldo garantizado al Presidente de la República, toda vez que éste es identificado con esa cultura política. Además, mostrar lealtad y cercanía al Presidente Lagos no es una posición a la que el PS pueda optar con entera “libertad”. Por necesidad y conveniencia propia está virtualmente forzado a ello.

Mensurablemente, el PS es un partido débil, que gravita poco en la política nacional – salvo en coyunturas en las que se relevan ciertos temas -, que no cuenta con figuras partidarias que se proyecten de manera significativa en el escenario político nacional (eximiendo al ministro Insulza y a la ministra Bachelet que, precisamente por sus funciones, son personalidades que no transmiten directamente identidad ni políticas socialistas) y que tampoco ha logrado reconstruir un sello que le confiera rasgos de partido promisorio y con proyecto histórico atractivo. La sumatoria de estas debilidades le impone buscar refugio en la figura del Presidente Lagos, como principal recurso político y político-electoral.

Ahora bien, estos elementos político racionales explicativos de la alianza de las fracciones triunfadoras en los últimos comicios, merecen ser analíticamente revisados en cuanto a su consistencia y en cuanto a si fueron realmente los únicos de importancia que llevaron a esa alianza, impensable hasta no hace mucho.

La “rebelión” de las elites

La confluencia de opiniones y cosmovisiones de las tendencias más ancestrales y las convicciones compartidas entre ellas en torno a asegurar un PS sólidamente dispuesto a brindarle apoyo al gobierno del Presidente Ricardo Lagos, son verdades relativizables por contra-argumentos puramente empíricos, argumentos que, en política y por norma general, son más válidos que los discursivos.

Así, por ejemplo, no es creíble ni demostrable que, de la noche a la mañana, desaparecieran las diferencias de fondo y en infinidad de materias que han sostenido el senador José Antonio Viera-Gallo y el diputado Alejandro Navarro. Tampoco es posible aceptar de buenas a primeras que exista la misma predisposición de respaldo al gobierno en dirigentes como Jaime Pérez de Arce y Arturo Martínez. No obstante, todos ellos participaron y fueron sostén de la “Santa Alianza”.

Con una mínima dosis de suspicacia, hasta con una suspicacia nacida de la ingenuidad, cabría plantearse algunas preguntas: ¿Qué los juntó? ¿Quién los juntó? ¿Resultó esa alianza de puros y altruistas considerandos doctrinarios, programáticos, político-estratégicos o había algo más, algo un poquito más prosaico, menos sesudamente político- racional?

Pues sí, había algo más.

Ya en el Congreso realizado en Concepción, en 1998, se puso en evidencia la gestación y desarrollo de una “rebelión” surgida desde las bases, desde los sans-culottes partidarios, desde la plebe militante. “Rebelión” que agrupaba y movilizaba a militantes originarios del llamado “socialismo histórico”, con escasa o ninguna participación en los mecanismos de toma de decisiones del PS, excluidos de cargos gubernamentales o parlamentarios, socialmente adscritos, en general, a mundos colectivos poco beneficiados por la modernización del país y altamente críticos de los gobiernos de la Concertación y del papel del PS en ellos.

Con el pasar del tiempo esa “rebelión” fue adquiriendo cada vez más cuerpo y fuerza: levantó o cooptó dirigentes, radicalizó su criticismo, reclutó adeptos en las propias filas de las fracciones “oficiales” y obtuvo, aunque de manera dispersa, votaciones considerables en las elecciones internas del año 2001.

Un fantasma plebeyo recorrió al PS antes de sus últimas elecciones, asustando a sus elites que se auto diagnosticaron amenazadas por la “rebelión” de los sans-culottes. La verdad obliga: el susto de las elites fue uno de los factores determinantes en la unidad de las tendencias “oficiales”.

Y respondieron como toda elite asustada: se rebelaron contra la “rebelión”, cerraron filas, se armaron y salieron a combatir con todos los recursos a su alcance, que, por cierto, no eran pocos en comparación con los que disponían sus adversarios. No por nada el nuevo Presidente del PS fue elegido por una cifra insólita para la tradición socialista: más del 90% de los miembros del Comité Central.

En suma, la “Santa Alianza” cumplió su misión vital, a saber, la restauración del orden. Versalles sigue a salvo.

Gonzalo Martner: paradojas de su elección

Un segundo dato novedoso – y muy imbricado a la “rebelión de las elites” – se concentra en la figura del nuevo presidente del PS, Gonzalo Martner. Dato que se puede desglosar en dos.

En más de una ocasión se había pensado en postular a la presidencia del PS a dirigentes que no provenían del “socialismo histórico”. Por ejemplo, al senador Jaime Gazmuri (ex Mapu), al senador Carlos Ominami (ex MIR) o al ex ministro Luis Maira (ex Izquierda Cristiana). Idea que siempre fue descartada por los propios impulsores de esas postulaciones, merced al consabido rechazo que producía en las bases militantes (de procedencia inmensamente mayoritaria del “socialismo histórico”) la posibilidad de que la jefatura del partido la ocupara una persona sin pasado en el PS tradicional. La elección de Gonzalo Martner pasó por alto, rompió con ese arraigado sentimiento que constituía una suerte de veto espontáneo (al respecto resulta ilustrativo que en los antecedentes curriculares que se usaron como propaganda de su campaña, no se hiciera mención alguna a su ex militancia mirista).

A esta peculiaridad “rupturista” se agrega una segunda. Cualquiera sea la apreciación particular que se tenga acerca de los distintos jefes que ha tenido el PS en el curso de su historia, se les debe reconocer que fueron personalidades con brillo y fuerza propia, con liderazgo nacional, con ascendiente social y electoral, con probada y públicamente expuesta experiencia política. Cualidades que mostraban antes de transformarse en máximas autoridades partidarias. Incluso, aunque el liderazgo del diputado Camilo Escalona no parezca responder exactamente a esos arquetipos, debe tenerse en cuenta, primero, que su desarrollo lideral se hizo bajo contextos de dictadura y de clandestinidad y, segundo, que pese a lo anterior, se auto generó brillo y fuerza propia a partir de la enorme legitimidad, respeto y liderazgo que se ganó dentro del PS.

En comparación con las jefaturas históricas, son muy modestos los pergaminos de Gonzalo Martner. Se sabe de su inteligencia, de su preparación técnico-política, de su eficiencia como funcionario, pero hasta ahora no ha lucido, como sus antecesores, en materias de creación de pensamientos, de liderazgo social, de dirección política, etc. Lo que, por cierto, no significa que no pueda lucir en el futuro. Pero aquí lo que importa es la constatación de que accedió a la presidencia del PS sin el lucimiento político que otrora mostraron previamente los jefes del PS.

En definitiva, ambos datos novedosos deben leerse como síntomas de quiebres de las tradiciones históricas del PS y de señales que anuncian un proceso de reconversión radical – todavía, quizá, inconsciente – del socialismo chileno.

Pero, antes de identificar y analizar esas señales, es menester llamar la atención sobre otro dato que torna tanto más “curiosa” la elección de Gonzalo Martner y que se encuentra en el espacio de lo político-práctico.

Las “debilidades” del nuevo timonel

Si, como se ha argumentado, lo que estuvo en juego en los últimos eventos electorales en el PS fue el contar con directivas que garanticen el disciplinamiento del partido en torno al Presidente Lagos y a las políticas de su gobierno, a simple vista no parece del todo funcional el nuevo jefe.
En primer lugar, porque es clave en ese afán el disciplinamiento de los legisladores; y el hecho de que Gonzalo Martner no sea parlamentario será una limitación nada menor para la consecución de ese objetivo.

Y en segundo lugar, lograr el disciplinamiento de un partido cuyas bases y dirigentes sociales son, casi por antonomasia, fuertemente inconformistas y criticistas – actitud que en momentos ejerce significativa presión sobre los órganos directivos y sobre los parlamentarios – requiere de un liderazgo con características que Gonzalo Martner no tiene. Ni dispone de poder partidario propio – condición sine qua non para ejercer autoridad personalizada -, no es un dirigente carismático y tampoco tiene vínculos empáticos y endopáticos con la militancia.

En categorías weberianas, su liderazgo se condice más con los rasgos de la autoridad racional-burocrática. Figura ésta que es ad hoc a un Estado moderno, pero disfuncional o poco funcional a una organización de institucionalidad precaria y tan sujeta a emotividades, como la que reúne al socialismo criollo.

Quiebres y reconversiones

Ahora bien, ¿cuáles son los quiebres y reconversiones que parecieran entrañar estas novedades que muestran los acontecimientos analizados? Para abreviar, a continuación se puntualizan escuetamente.

1. El llamado “socialismo histórico” está dando señales tangibles y crecientes de obsolescencia en cuanto a su capacidad para generar o recrear cuadros dirigentes. Basta observar dos realidades: no provienen de sus filas ni su presidente ni su vicepresidente (el senador Jaime Gazmuri) y tampoco cuatro de sus cinco senadores.

2. Lo anterior es un indicio – entre varios otros – que la valoración de la historia socialista es cada vez más ritual, abstracta, retórica, bibliográfica y muy poco partícipe como antecedente de reconstrucción política. Quizás si el ejemplo más palmario de ello es que ex ministros y/o colaboradores cercanos al gobierno de Salvador Allende o ex parlamentarios y muchos dirigentes connotados hasta el 73 y durante la dictadura, aunque activos en política, desempeñan papeles menores o ninguno.

3. Vistos y sumados estos dos puntos, resulta evidente que los procesos transformadores del PS (no los verbales, sino los político-prácticos) tienen elementos más de quiebres que de continuidad/superación de su historia y su cultura-política histórica. En tal sentido, el concepto que más le acomoda a esos procesos es el de reconversión (a la manera de las reconversiones económicas) y no los de renovación o reconstrucción.

En efecto, el binomio continuidad/superación sólo puede realizarse a través de encuentros, incluso conflictivos, y amalgamientos entre los ancestros y lo nuevo. Pero la veracidad y eficacia de esos encuentros sería tal si se encarnaran y representaran en sujetos empapados y alimentados de historia, dispuestos a revisarla y a hacerla concursar en igualdad de condiciones frente a las culturas y sujetos no históricos que coexisten dentro del PS. Pero la decadencia u obsolescencia de ese tipo de sujetos abre cauces para que los procesos transformadores, en casi todos los aspectos, devengan unilaterales, no sean históricamente evolutivos, sino que tiendan hacia irrupciones.

Menos sentido popular

4. De las irrupciones que ya se palpan y visualizan dos son las más notorias:

a) Radicales cambios sociológicos en los mandos formales e informales del PS. Ya no gravitan en ellos, como antaño, los dirigentes sociales ni la juventud ni el partido-masa. La militancia de base se reduce considerablemente a la cualidad de electorado interno. Los mandos del PS (formales e informales) están compuestos, de manera ascendente, por sujetos con pertenencia a las nuevas elites socio-culturales que han emergido en Chile.

b) Pérdida o atenuación del sentido popular. Por supuesto, esto está ligado a lo precedente. En general las relaciones de la alta dirigencia del PS con lo popular se asemejan bastante a la de los médicos de consultorios en zonas pobres. Es decir, establecen nexos, pero inorgánicos, burocráticos, desapasionados. En esta pérdida o atenuación influyen también otras cuestiones. Señalo algunas muy al pasar: i) los dirigentes que no provienen del socialismo histórico se formaron en organizaciones pequeñas que concebían sus partidos como elites de vanguardia; ii) los años de ejercicio gubernamental han generado una suerte de cultura “gobiernocentrista” que no sólo implica una atención privilegiada a los temas de palacio, sino que conlleva a conductas en que predomina la mirada de gobernante a gobernado; iii) esa misma larga experiencia ha tendido a configurar una sobrevaloración de la política de claustros, en donde se negocia y decide elitariamente; etc.

Por ahora, es una incógnita hasta dónde llegarán los quiebres y hasta dónde conducirán, porque no resultan de procesos enteramente conscientes, premeditados y planificados. Son factuales e inerciales. Y es tanto más una incógnita porque se han dinamizado por un factor muy temporal, a saber, hacer del PS un partido funcional a los requerimientos del gobierno del Presidente Lagos.

Quizás ese propósito se logre, pero el costo pudiera ser muy elevado. Normalmente los quiebres son irreversibles y si ellos terminan por reconvertir estructuralmente al PS, se instala el riego previsible de que, una vez concluido el actual gobierno, la reconversión sea disfuncional para la historia futura.