Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores

Para entender a Adolfo Zaldívar

Antonio Cortés Terzi

www.asuntospublicos.org
Diciembre 2002

Las Palabras

Si se leyeran las palabras, y nada más que las palabras, que el senador y presidente del PDC, Adolfo Zaldívar, vertió en la comentada entrevista que le hiciera la periodista Raquel Correa, no se entendería bien, o se entendería poco, el alboroto que esas palabras produjeron en las filas de la Concertación y el gobierno. Deberían haber producido más confusión que conmoción.

En efecto, el hilo de sus opiniones es confuso, elíptico y, en momentos, con atisbos contradictorios. Pero, siguiendo la letra de sus frases, no dijo nada muy distinto a lo que otros dirigentes de la Concertación han dicho en otras oportunidades, probablemente, en un tono más ponderado.

Tomemos como ejemplo la siguiente oración: “Soy partidario de que haya coalición, pero en la medida en que haya una propuesta que la legitime. La Concertación cumplió una gran tarea: la recuperación de la democracia, tener un país más equitativo. Eso debe profundizarse y para eso debe fortalecerse una coalición de verdad”.

En términos genéricos, un diagnóstico y una propuesta como ésa es casi un lugar común entre la dirigencia concertacionista. No tendría por qué, entonces, escandalizar a nadie.

Veamos otra frase que pudiera parecer más dura y negativa. A la consulta de Raquel Correa acerca de si la Concertación terminó, responde: “Sí. La Concertación, en el esquema en que estaba, terminó. Eso no significa que no vayamos a seguir juntos. Pero lo vamos a tener que hacer sobre las necesidades de la gente”.

Traduzcamos: la Concertación terminó, pero no terminó. Lo que acabó es “el esquema en que estaba”. Sus integrantes pueden seguir juntos a condición de preocuparse de las necesidades de la gente. Como se ve, tampoco éste es un comentario o una crítica original, salvo por la caracoleada manera de expresarlo.

Incluso se puede ir más lejos en este ejercicio por demostrar que las declaraciones del senador Zaldívar son “inofensivas” y hasta “altruistas”, llenas de buenas intenciones. Pruebas al canto: “Lo que el país y el Presidente Lagos necesita hoy es una coalición con ideales, con principios, al servicio de la gente, y ésa es la que vamos a tener y que hemos conversado con Camilo Escalona”.

Como se ve, leídas así, al pie de la letra, no se entiende por qué tanto alboroto por los dichos del presidente del PDC.

Claro, hay algunas cuestiones de forma que deben haber molestado mucho y con razón. Como, por ejemplo, cuando contesta que la Concertación “estaba agotada. No había afecto entre los socios. Lo que la mantenía era el poder. El cuoteo político y una visión chata de Chile”. Generalizada de esa manera, por cierto que ésa es una afirmación insolente y ofensiva.

Las desconfianzas

Pero son otras cosas las que, en definitiva, explican las molestias y las reacciones contrarias y airadas contra el senador.

La primera de ellas – matriz de varias más – es que las palabras, los gestos y la personalidad del presidente del PDC, habitualmente despiertan infinitas suspicacias en el seno de la dirigencia política concertacionista, incluidos dirigentes de su partido.

Cuando habla de la manera en que lo hizo en esa entrevista, las preocupaciones saltan más por lo que calló que por lo que explicitó, más por lo que dejó entrever que por lo que hizo ver. El mundo de la Concertación desconfía de él. Y este es un dato de la causa que, como muchos otros, la política tiende a ocultar. La fama, de la que el mismo se jacta, de que es un político directo, que habla sin tapujos, es un mito.

Y es un mito, en primer lugar y ante que todo, porque él es un político, o sea, un profesional cuya especialidad y actividad es desenvolverse en y con las lógicas del poder político, lógicas que, como se sabe, se asemejan a las de otros oficios, por ejemplo, el de la guerra o el del comercio, es decir, a oficios que tienen en común un rasgo esencial: la “rivalidad destructiva”, no en un sentido físico, claro está.

Se trata de una rivalidad más radical que la competencia que opera en otros oficios, porque lo que está en juego tiene una dimensión más absoluta y excluyente: la victoria o la derrota de su país, para el militar; la permanencia o no en el mercado, para el empresario; la administración o no del poder del Estado, para el político.

Precisamente, dada la radicalidad competitiva de esos oficios es que uno no esperaría, por ejemplo, que un general, en nombre de la franqueza, del uso del lenguaje directo, le exponga a su adversario su estrategia militar. Ni siquiera esperaría que, en virtud de esos mismos “valores”, le explique pública y enteramente a su pueblo cuáles son las fuerzas de las que dispone, cuáles son sus objetivos, cuáles son sus planes.

Pues bien, lo mismo ocurre con el oficio político y con quienes lo profesan. Nunca lo dicen todo, porque ello implicaría desarmarse frente a su adversario.

Hecha esta reflexión, hay que insistir: el senador Zaldívar es un político; por consiguiente, no siempre habla con entera franqueza. No obstante, se viste con esa cualidad para denostar a sus pares, los que, en su mayoría, y por respeto al oficio propio, guardan silencio por “razones de Estado”.

En pocas palabras, la “franqueza” del senador Zaldívar es causal de desconfianza política.

El criticismo ético

También produce desconfianza un líder que interroga a toda una coalición por “falta de principios”, por “falta de valores”, por no contar con un “gran proyecto”, pero al cual no se le conocen más que pequeñas preocupaciones y acciones. Quienquiera que se dé el trabajo de leer las declaraciones y entrevistas del senador desde que es presidente del PDC se va a encontrar con lo siguiente:

- que en sus diagnósticos políticos priman obsesivamente las cuestiones político-electorales que afectan a la DC,

- que sus críticas insisten una y otra vez en la carencia de valores, principios y proyecto; y

- que sus respuestas a esas carencias son una reiterativa convocatoria a recuperar genéricamente las tradiciones morales socialcristianas.

Es decir, su discurso político “propositivo” es una evocación abstracta, vaga, y desactualizada de un pasado moral y con el cual, en el fondo, elude, – como Joaquín Lavín con su discurso sobre un cambio fantasmagórico – pronunciarse terrenalmente sobre un sinfín de materias.

La retórica eticista, y supuestamente ortodoxa, de Adolfo Zaldívar es, en verdad, preocupante y poco fiable.

Primero, simplemente porque es retórica. Segundo, porque le sirve de escudo y excusa para emitir juicios descalificadores sobre tirios y troyanos. Tal como lo hace, sin ir más lejos, en la entrevista aquí comentada. Las endilga con la Concertación como colectivo y de paso ofende a dos ex Presidentes de República, a Patricio Aylwin y a Eduardo Frei Ruiz-Tagle, ambos miembros de su propio partido. Y, en tercer lugar, su etéreo discurso eticista y “ortodoxo” es poco fiable porque delata rasgos de personalidad como los que le espetara el senador Jorge Pizarro: “No es el momento de darse gustos ni tener actitudes mesiánicas. Me parece que dividir, hacerse el leso o colocarse en el papel de Catón moral no corresponde”.

En alguna oportunidad, un reconocido intelectual y político francés hizo el siguiente comentario: “Cuando un político miente, se disfraza de ortodoxo”.

El auto embrollo

Ninguna duda cabe que el senador Zaldívar puso en un brete a la Concertación. Y lo hizo premeditadamente, con su bien meditada y calculada “franqueza”. Lo que no previó bien o no previó en absoluto fue la situación en la que dejó a su partido (¿un partido monarquizado?) y el embrollo en el que él se metió.

Un presidente de partido que proclama que la coalición a la que su tienda pertenece se terminó, en rigor, se auto invalida como interlocutor, al menos en lo que se refiere a la imagen pública. También, en estricto rigor, después de sus dichos, al presidente de la DC le restan sólo dos opciones congruentes a sus diagnósticos: se retira de la alianza gobernante o se mantiene en ella a condición de demostrar que, en realidad, se trata de otra coalición, aunque conformada por los mismos partidos, apoyando al mismo gobierno, realizando el mismo programa.

Pero eso es en rigor y lo que menos está presente en este caso es el rigor político e intelectual. De lo que se trata es de “ingeniería política”.

La estrategia

Cuando el senador Zaldívar dice que la “Concertación, en el esquema en que estaba, terminó”, se está refiriendo a algo muy simple: que la DC debe volver a ser el partido eje de la alianza y del gobierno. Loable objetivo para cualquier presidente de partido. El problema está en la estrategia que se ha trazado para alcanzarlo.

El primer componente de su estrategia es mantener una posición ambigua frente al gobierno, con un doble propósito: i) no pagar los costos inevitables que implica gobernar un país con bajo crecimiento económico y con alto desempleo y ii) forzar al gobierno a prestarle atención preferente.

El segundo componente es aplicar una política sostenida y ostensible de diferenciación, vía distanciamiento, no sólo de los demás partidos de la Concertación, sino de la Concertación misma, de manera de tratar de eludir los crecientes desafectos que se desarrollan en parte del electorado.

Y el tercer componente consiste en recuperar fuerzas municipales y parlamentarias por la vía de negociar electoralmente cupos privilegiados, con el apoyo o la anuencia obligada del gobierno.

Dicho escuetamente y emulando su “franqueza”, la estrategia de Adolfo Zaldívar para reposicionar al PDC como centro político hegemónico está compuesta por una tríada difícil de digerir por sus aliados: presionar al gobierno con la amenaza del quiebre de la Concertación, relativización extrema de las relaciones de lealtad con sus aliados y aumentar los cargos de representación popular a través de un expediente ingenieril, fáctico, de dudosa legitimidad democrática.

El senador Zaldívar ha repetido una y mil veces que lo que menos le importa son los cargos. Pero lo que devela su estrategia es todo lo contrario.

El futuro

Es evidente que el futuro de la Concertación se ha oscurecido más después de las comentadas palabras del presidente del PDC. No por las palabras en sí, sino por su traducción factual.

Por lo pronto, en lo inmediato, en el aquí y en el ahora, las posiciones del senador no permiten concebir a la Concertación más allá de un simple pacto electoral. Reconstruirla como acuerdo político-programático y, en lo ideal, como bloque socio-político y con proyección histórica es una misión que, si ya era difícil, lo es ahora tanto más, porque no es eso lo que se detecta en el ánimo y en los cálculos del presidente del PDC.

A los democratacristianos les corresponde, obviamente, evaluar la gestión de su presidente. Pero el mundo concertacionista tiene derecho a demandar que cese la impunidad política con la que actúa el presidente del PDC. No es aceptable que siga implementando una política sistemática que tiende a mantener en ascuas la pervivencia de la alianza y a consumir y malgastar energías gubernamentales con recurrentes operaciones que no tienen más norte que sacar ventajas electorales.

La estrategia de los colorines ha omitido o no ha tomado suficientemente en cuenta tres cuestiones:

Primero: que, en política, jugar a tirar la cuerda siempre es riesgoso, pero es alarmante cuando se juega a la orilla de un barranco.

Segundo: que la Concertación no es una entelequia, sino un cuerpo constituido por partidos, dirigentes, bases, etc.; ergo, si se desbarranca, no es previsible saber a cuántos y a quiénes arrastraría.

Tercero: que su poder partidario institucional (el de los colorines) es bastante menor que su poder real y que si han manejado el partido más o menos a su arbitrio ha sido porque lo han ido reduciendo a instancias y vínculos formales de poder, sacrificando una cuota no desestimable de su potencial. Por lo mismo, deberían ser más cautelosos y modestos a la hora de moverse en la política real.

Tal vez este entuerto tenga algo de positivo, porque la crisis que generó en la Concertación repercutió también en la DC y ha hecho reaccionar a otros sectores internos, lo que podría implicar el fin de la asfixiante “paz de cementerio” que en el último tiempo ha predominado en ese partido. El PDC, por composición, por historia, por pensamiento, no puede ser sino un partido que sintetiza pluralidades.