Sección: Pensamiento político: Debates contemporáneos

Reconstrucción del Socialismo Chileno

Antonio Cortés Terzi

AVANCES Nº 48
Mayo 2005

Reconstrucción del Socialismo Chileno

El PS se encuentra en una etapa en la que un buen número de potentes factores presionan por la ruptura de sus inercias y por la apertura de un nuevo proceso reconstructivo de su pensamiento, cultura, proyecto, políticas y organización. En rigor, presiones de esa naturaleza están presentes desde hace bastante tiempo. Pero, en la actualidad se encuentran en un plano mucho más ostensible y cualitativamente distinto, de manera que la inauguración de un nuevo proceso renovador deviene en un asunto difícil de soslayar o postergar.

Tal vez, uno de los síntomas más expresivos de que el tema está en un nivel más acuciante se encuentre en que, dentro del PS, se ha ido gestando una discursividad que convoca a asumir tal proceso. De partida, su propia precandidata presidencial lo ha planteado y el senador Ricardo Núñez, Presidente de la organización, lo ha expuesto como un eje importante de su gestión.

El “aquí y el ahora” y el proceso reconstructivo

En gran medida, la precandidatura de Michelle Bachelet ha sido elemento catártico y detonante de la mayor preocupación por el estado del PS y por la necesidad de su reactualización. El PS ha percibido con crudeza la desproporción que existe entre las potencialidades del liderazgo popular de Michelle Bachelet y sus menguadas condiciones y capacidades para acompañar tal fenómeno.

De ahí derivan al menos dos cuestiones a tener en cuenta para el desarrollo del proceso reconstructivo y que si no se concilian adecuadamente pueden resultar contradictorias. De una parte, que no puede ser un proceso intelectivo y orgánico introvertido, puramente ligado a las lógicas partidarias internas. Debe conectarse a los fenómenos sociales y político-culturales que inspira el liderazgo de Michelle Bachelet y a las expectativas transformadoras de nuevo cuño que genera en los colectivos sociales y populares. Y, de otra parte, tampoco puede reducirse a enfoques que limiten el proceso a adaptaciones partidarias para responder a las demandas electorales y gubernamentales que implicaría la eventual candidatura y presidencia de Michelle Bachelet.

Es evidente que este último aspecto constituye una tentación natural, porque ganar elecciones y preparase para un buen gobierno son parte del aquí y el ahora de la política y, en política, el aquí y el ahora se erige fácilmente en un componente condicionante de las reflexiones y actividades.

Sin embargo, el momento político-histórico que vive el país, torna enteramente factible para el socialismo conjugar acertadamente el aquí y el ahora con un proceso de reactualización históricamente proyectiva.

Tanto la campaña electoral como un hipotético gobierno de Michelle Bachelet están inmersos y deben – o deberían – responder a lo que, casi de manera consensuada, se ha dado en llamar un “cambio de ciclo” en el devenir de la vida nacional. Es decir, el proceso político general, incluido el aquí y el ahora, sugiere el emprendimiento de tareas transformadoras que requieren, a su vez, de revisiones y afinaciones de diagnósticos sobre la realidad chilena, de redefiniciones en las lógicas con las que se han abordado las materias económicas y sociales, de rediseños en los planos de la actividad política y de sus instancias y sistemas y, sobre todo, del estudio y explicitación de los nuevos problemas y conflictos que se han venido instalando a propósito de las dinámicas modernizadoras y que aún están lejos de haber recibido la debida atención.

En consecuencia, el entorno socio-político histórico se presta para articular hoy las necesidades de reactualización del socialismo con las necesidades de reactualización del país. Ergo, le es posible hoy, al socialismo, iniciar un proceso integrador y único en el que confluyan armónicamente lo coyuntural y lo histórico, lo electoral y lo político-proyectivo, lo político-partidario y lo político-nacional.

Las enseñanzas de un rasgo histórico

Hace bastante tiempo que el PS mantiene una mala o poco fluida relación con su propia historia. Probablemente se deba a dos cuestiones no únicas, pero sí predominantes:

a) A que su referencias históricas parecieran haberse reducido y concentrado en los acontecimientos y secuelas del período 70-73.

b) A que las experiencias que arroja ese periodo son “incómodas” para una traducción educativa u orientadora del socialismo moderno.

Que ello ocurra es enteramente comprensible. El dramatismo de ese período ha marcado profundamente el alma emotiva del socialismo y su gente. Y no sólo por las vivencias heroicas y trágicas que sacudieron al PS, sino porque en esa corta etapa alcanza, primero, su máximo logro político-histórico para luego atravesar por su peor derrota y frustración de carácter también histórico.

Sin embargo, con todo lo comprensible que sea, tal sesgamiento de su historia le ha infringido daños al PS.

En primer lugar, ha afectado la auto-estima, la auto-valoración de su pasado y, por ende, de su trascendencia histórica, particularmente entre las generaciones más jóvenes. Al centrar o privilegiar las miradas en el gobierno de Salvador Allende y en sus consecuencias el legado que aparece dominante es, quiérase o no, de frustraciones y equívocos.

En segundo lugar, tiende a hacer perder de vista que al año 1973 el PS tenía cincuenta años de existencia, o sea, de historia y de una historia de protagonismo en las más diversas esferas de la vida nacional y, en especial, de protagonismos en progresos políticos y sociales. ¿Cómo un partido relativamente modesto en cifras electorales y con recurrentes escisiones desarrolló fuerza política, social y cultural que, con una clarísima personalidad propia, le permitió gravitar en los escenarios políticos nacionales, hasta el punto de llegar con uno de los suyos a la Presidencia de la República, en plena guerra fría o, más aún, en momentos de una caliente guerra fría, debido a la guerra de Viet Nam? Indagar en esa pregunta es indagar en la historia completa del PS y que fue la hizo del socialismo chileno una cultura política asentada en la sociedad chilena.

En tercer lugar, el sesgamiento de su historia, su reducción al hito 70-73 – y éste sea tal vez el efecto dañino más importante – ha lesionado seriamente un sello característico del PS y sin el cual probablemente no habría podido sortear las muchas veces que estuvo categóricamente en duda su pervivencia y gravitación. Ese sello característico, dicho en muy pocas palabras, era el tener como “educador” y “orientador” clave de su condición de partido de izquierda sus propias experiencias históricas (1), las cuales, a su vez, engarzaban con las experiencias de los colectivos sociales y éstas, por su parte y obviamente, respondían a los entornos socio-económicos y culturales cambiantes.

Ahora bien, al considerar como factótum de la historia del PS el período de gobierno del Presidente Allende y depositar allí todo lo referente a lo histórico, tanto las experiencias anteriores como posteriores a ese período o son relativamente deslegitimadas como antecedentes reeducadores o simplemente no entran en la categoría de histórico y, por lo mismo, no se les concede un valor educador.

El actual momento histórico reviste un conjunto casi sorprendente de coincidencias con otros momentos en los cuáles el socialismo accedió a notables readecuaciones que redituaron en ascensos partidarios y sociales, merced, precisamente, a la sensibilidad que tuvo para percibir los nuevos fenómenos y al buen uso que le dio al aprendizaje obtenido de sus experiencias.

Esas coincidencias se pueden puntualizar como sigue:

• Transformaciones económico-estructurales que modifican la estructura social e introducen fuertes debates valóricos-conductuales.

• Climas sociales que propenden a expectativas de cambio y progreso y percepciones también sociales en cuanto a que las dinámicas de desarrollo vigentes y sus cuerpos dirigentes están en declinación y que, por lo mismo, la sustitución de ambos son necesarios para la realización de las expectativas.

• Tendencias multifacéticas y extendidas que generan atmósferas sociales proclives al progresismo y a la modernidad en los más diversos planos y que atraen activamente a las nuevas generaciones.

• Movimientos o irrupciones culturales y conductuales juveniles que de manera virtualmente espontánea conectan con las discursividades de las culturas de izquierda.

• Emergencia de liderazgos socialistas que sintonizan con las expectativas sociales, con las dinámicas reculturizadoras modernas, con los nuevos grupos sociales en gestación y que concitan respaldos masivos transversales, aglutinando a los grupos populares.

Sólo para ejemplificar, someramente, situaciones de está índole se vivieron en los años de fundación del PS y que se plasma en la popularidad de Marmaduque Grove; en los años de surgimiento del “ibañismo”; en los años de crisis del segundo gobierno de Ibáñez y en la elección de 1958 que erige a Salvador Allende en el líder indiscutido de toda la izquierda; y en la segunda mitad de la década de los sesenta, en la que el propio Allende se renueva y lidera un proceso de integración protagónica de generaciones juveniles.

Con los resguardos historicistas que corresponden, bien se puede comparar el Chile de hoy con las situaciones mencionadas: un clima socialmente expectante, la percepción social de que las expectativas son realizables con cambios en los cuerpos dirigentes, una estructura social, socio-cultural, conductual y valórica que lleva años reconfigurándose, variadas y numerosas señales de la existencia de juventudes que buscan mayor protagonismos con códigos propios, inclinación masiva hacia la aceptación de nuevas pautas culturales y conductuales que sintonizan con las corrientes culturales progresistas, etc. Si a este conjunto de fenómenos y procesos se le agrega la acelerada y consistente popularidad de Michelle Bachelet, entonces, es fácil reconocer que estamos ante circunstancias históricas que impelen y facilitan innovaciones del socialismo para incursionar con más audacia en el área de las competencias por los espacios políticos y de hegemonía cultural.

En definitiva, lejos de ser la coyuntura político-electoral un óbice para las convocatorias a abrirse a una nueva fase de reconstrucción del socialismo, es una coyuntura que tiene el mérito estimulante de hacer converger en el tiempo un conjunto de variables políticas, sociales y socio-culturales que factibilizan un proceso reconstructivo armónico en cuanto a la conjugación de factores intelectuales y político-históricos con factores políticos contingentes y concretos.

Considerandos para un proceso reconstructivo

En los párrafos que siguen se plantean, como hipótesis de trabajo, algunos considerandos que deberían tenerse en cuenta a la hora de emprender, de manera más o menos sistemática, una nueva etapa reactualizadora del socialismo.

Un asunto orgánico-metodológico

Si bien, como ya se dijo, dentro del PS hay percepciones y climas favorables para iniciativas renovadoras, la verdad es que éstas se encuentran todavía en un estado difuso, desordenado y más bien “pasivo”. Por otra parte, los conflictos prácticos que se generan entre las actividades políticas y político-electorales y aquéllas de índole reflexivas e innovadoras, no pueden ser resueltos ni fácil ni espontáneamente. Por último, dada la realidad del juego tendencial interno –acicateado en tiempos electorales -, está bastante latente el riesgo de que los debates y propuestas reconstructivas pierdan su sentido esencial y se manifiesten como banderas discursivas de los distintos grupos que compiten por posiciones de poder partidarios.

Estas tres razones, entre otras, le dan amparo a la idea de que el proceso reconstructivo debe ser organizado e institucionalizado, aunque de manera relativamente sui géneris. Es decir, organizado e institucionalizado en una connotación más “cultural” que burocrática, lo que básicamente implicaría que instancias partidarias – existentes o ad hoc – estimulen y promuevan el proceso, propongan o lancen iniciativas para su desarrollo, sugieran, elaboren o difundan líneas gruesas y áreas temáticas, aporten mecánicas de trabajo que ayuden a conciliar lo político-coyuntural con lo político-histórico, etc.

No obstante y paralelamente, debería evitarse la estructuración burocrática o formalista del proceso (a la manera de lo que ocurre con los congresos programáticos), en vista a guardar la naturaleza del mismo y a garantizar la efectiva acción e interlocución entre las variables y factores que deberían ser parte de él.

En suma, la iniciación de una nueva fase reconstructiva del socialismo requiere de una organización y orientación “cultural” y a la par de una flexibilidad orgánica y metodológica afín al propósito integrador de los numerosos componentes políticos, teóricos, sociales, vivenciales, experimentales, etc., que son intrínsecamente necesarios para procesos de envergadura reconstructiva.

El escenario de la reconstrucción

Las demandas reactualizadoras del socialismo han sido definidas por algunos como el requerimiento de una “segunda renovación”. Puede titulársele así, pero en rigor no lo es, si por “segunda renovación” se entiende una simple proyección profundizadora de la “primera”. Por supuesto que hay conexiones de continuidad entre una y otra, pero también – de manera sobresaliente – rupturas, merced a los cambios de escenarios y merced a las propias debilidades de la “primera renovación”.

Sin pretender entrar a un exhaustivo análisis de la “primera renovación”, se señalan a continuación y brevemente algunos de sus puntos más característicos:

a) Si bien el proceso renovador comenzó antes, es en la segunda mitad de la década de los ochenta y en los primeros años de la década de los noventa cuando cobra mayor ímpetu intelectual, discursivo y político. El contexto histórico de esos años obviamente que condicionó sus énfasis y alcances. En tal sentido la renovación reflejo el espíritu criticista generalizado hacia los “socialismo reales” y hacia sus sustentos ideológicos y políticos que, eran además, en grados mayores o menores, sustentos conceptuales de casi todas las izquierdas.

Debido a ese mismo contexto, la renovación acentuó en los preparativos ideológicos y políticos que le permitirían al socialismo integrarse de pleno al proceso de transición que empezaba a vivir la sociedad chilena.

Por último, la oferta de optimismo democratizador y modernizador que inundaba al mundo tras “el derrumbe de los muros” influyó fuertemente en la renovación del socialismo chileno.

En suma, la eficacia política que demostró la “primera renovación”, en cuanto a darle respaldo a las políticas que requería el socialismo para enfrentar los momentos de tránsito – el mundial y el nacional -, tuvo costos en cuanto a sesgamientos del proceso.

Su sentido crítico se consumió casi por entero en la crítica a los socialismos reales y al pasado de las izquierdas, subsumiendo o morigerando su sentido crítico-social al status. Las adecuaciones políticas que impulsó para los efectos de enfrentar la transición democrática tuvieron un sello dominantemente pragmático y, por lo mismo, al poco andar se develaron como adecuaciones que no constituían una efectiva renovación político-cultural del socialismo. Por último, la excesiva confianza depositada en la modernidad capitalista impidió que la renovación, de un lado, levantará discursos y políticas que diera cuenta de las contradicciones de la modernidad y, de otro lado, posibilitó la pervivencia – dentro del socialismo – de actitudes y respuestas “anti-modernas” y de corte tradicionalista, pero que tenían la “racionalidad” de llenar el vacío crítico dejado por la renovación.

Estos sesgamientos explican, en gran medida, dos fracasos de la “primera renovación”. Uno es que jamás logró transformase en cultura-política hegemónica dentro del socialismo criollo y, el otro, corolario del anterior, es que la renovación terminó políticamente organizada como fracción socialista y, por ende, neutralizada en cuanto a su capacidad de expansión y desarrollo como pensamiento uniformador del socialismo.

En conclusión, la “segunda renovación” debe incluir una revisión crítica de la primera y de ahí que no pueda considerársela como simple continuidad de la anterior.

b) Otro rasgo destacable de la “primera renovación” fue su falta de atención a los problemas teóricos que se le planteaban. Intelectualmente no llevó a cabo un trabajo de reconstrucción sistemático y significativo, particularmente, en orden a resolver las deconstrucciones teóricas que entrañaba su desarrollo.

A riesgo de simplificar, se puede decir que la renovación fue cómoda y “perezosa” en materia intelectual. Desterró, sin muchas explicaciones, el principal antecedente intelectual del socialismo – el marxismo – excusándose en lo puramente empírico, o sea, en el fracaso de los socialismos reales. Y lo desterró sin apelación, sin indagar entre los diversos “marxismos”. Luego, reemplazó esos antecedentes sin hacer esfuerzos por darse – aunque fuera mínimamente – un esbozo conceptual propio. De hecho, en materia de teoría política recogió acriticamente las concepciones demo-liberales y en el ámbito de la teoría económica hizo una amalgama teóricamente indescifrable entre liberalismo, keynesianismo, desarrollismo, etc.

Reconozcamos que esa “flojera” o desatención intelectual era funcional a los momentos históricos y a las necesidades políticas. Universalmente, el clima político-cultural – elitario y masivo – era adverso para debates reivindicadores de los pensamientos tradicionales de las izquierdas. El mundo socialista se encontraba gravemente desorientado y, en Chile, la política concreta, pero también la política-historia estaba constreñida a abocarse a una transición que, por las dinámicas que adquirió, era espontáneamente auto-inhibitoria de los pensamientos ancestrales de las izquierdas y del socialismo.

Reconstrucción socialista y su escenario

El escenario para la segunda renovación es bastante distinto. Importa destacar aquí tres de los elementos más gravitantes que componen ese escenario.

1. El agotamiento de un ciclo de desarrollo histórico del país que estuvo signado por la transición política y sus ecos, por acelerados procesos de modernización socio-económica y por profundos cambios en las estructuras, valores y conductas sociales.

El fin de ese ciclo plantea dos cuestiones acuciantes para los pensamientos y las actividades políticas con perspectivas históricas:

a) Un diagnóstico de lo que es hoy la sociedad chilena y de las dicotomías que presenta merced a los efectos del binomio constructivo/deconstructivo característico de etapas de rápida modernización. Por cierto que diagnósticos sobre el estado actual del país existen, pero con severas carencias, principalmente, porque son débiles en cuanto a análisis integradores y totalizadores que observen las parcialidades de la realidad social como partes orgánicas al todo único que es la sociedad.

b) Definiciones acerca de las reorientaciones gruesas que requiere la sociedad chilena para superar el actual estadio y abrir una nueva etapa de desarrollo que obedezca a un imaginario, al menos mínimo, de sociedad deseada.

Para el socialismo, en particular, lo anterior implica salir de sus autoinhibiciones intelectuales, abandonar un defensismo ideológico atávico para reconstruirse como cultura política representativa de la reflexión crítica y dispuesta a competir en los espacios en los que se libra la lucha por la hegemonía cultural y, por ende, dispuesta a competir por la conducción de los procesos propios de la modernidad.

En otras palabras, y a diferencia de lo que ocurrió con la primera renovación, la reconstrucción de hoy debe tener entre sus nortes ya no la conversión del socialismo en una cultura moderna, pero subordinada, sino en una cultura que ofrece conceptos y políticas sobre la modernidad.

2. La sociedad contemporánea mundial sobrepasó la etapa post socialismos reales para reorganizarse en torno a dinámicas más claras y a ejes conflictivos distintos. Después de la fase transitoria y un tanto difusa que se originó con la “caída de los muros”, el capitalismo moderno y mundializado ha asentado tendencias generales que lo definen más nítidamente y hacen más previsibles sus dinámicas. A groso modo tales tendencias y dinámicas son:

a) Los dos principales movimientos a través de los cuales se manifiesta la reproducción del capitalismo actual – modernización y globalización – continúan en expansión y profundización, lo que le concede al capitalismo contemporáneo una formidable “legitimidad estructural”.

b) No obstante lo anterior, ambos movimientos han ido perdiendo relativamente –y sólo relativamente- su capacidad socialmente integradora y, a la par, su propia célere expansión evidencia, de manera creciente, sus efectos deconstructivos, factores ambos que se traducen en:

• deterioros en su legitimidad cultural-valórica, o sea de hegemonía político-cultural, y
• la develación cada vez más ostensible de que son movimientos contradictorios y no unidimensionalmente positivos como se percibieron durante años.

c) Ninguna duda cabe que el capitalismo moderno goza todavía de una gran consistencia hegemónica, pero lo que también es observable es que ese rasgo se debe, en gran medida, al imperio de una suerte de “hegemonía negativa”, esto es, de una hegemonía que, en grados considerables, se sustenta en la ausencia de discursos críticos “competitivos” o, si se quiere, en la presencia de discursos críticos meramente contestatarios y no alternativos.

Lo dicho implica para el socialismo y sus ambiciones reconstructivas particularmente tres cuestiones, tanto en materia de pensamiento como de acción política.

Primero que debe abandonar las autoinhibiciones intelectuales y políticas que se le produjeron en la etapa post socialismos reales. Segundo, que debe identificar y asumir las cualidades intrínsecamente contradictorias de la modernidad y la globalidad – del capitalismo moderno en definitiva – y sobre esas bases identificatorias reconstruir su discursividad reflexivamente crítica. Tercero, que es en los conflictos progresismo/exclusión social, liberalismo/neoconservadurismo, etc., que entraña el devenir de la modernidad capitalista, donde debe encontrar sus discursos y políticas competitivamente alternativas. Y cuarto, que todo lo anterior exige reconstruir discursividad propia y a partir de conceptualizaciones propias, dejando de lado el autoengaño que consiste en presentar como propias conceptualizaciones liberales “corregidas”.

3. En Chile, como en muchas otras latitudes, el socialismo ha acumulado por años experiencias como fuerza gobernante sin salirse de los lindes de la esencialidad del capitalismo moderno. Simultáneamente, esas experiencias se han acompañado de otras que arrojan como resultado un debilitamiento de respaldos sociales permanentes y orgánicos a la política y cultura socialistas, si por tales se entiende una cultura y política inspiradas en la reflexión crítica sobre el estatus.

Las experiencias gubernamentales han tenido la virtud de coadyuvar al forjamiento de un socialismo con mucho más sentido de gobierno y de la importancia de lo político-técnico en la política moderna. Ergo, ha participado en el surgimiento de un socialismo bastante más competitivo para enfrentar las pugnas en el ámbito de los poderes institucionales.

Sin embargo, esas mismas experiencias han tenido el desmérito de ser parte de procesos que han debilitado la dimensión socio-cultural del socialismo, debilitamiento que – y no siempre se percibe así – ha redundado en deterioros de la influencia social y del poder real de la cultura política socialista.
Este es un asunto extremadamente serio y al que hay que prestarle muchísima más atención de la que se le presta.

En primer lugar, porque merma la potencialidad gubernamental del socialismo. En efecto, el debilitamiento de respaldo socio-cultural orgánico le resta capacidad de proyección histórica a la gestión de los gobiernos con conducción socialista, pues implica que gobiernan en sociedades en donde la ciudadanía está bajo un fuerte influjo de los valores y conductas que de por sí, espontáneamente, genera la dinámica del capitalismo moderno y que, por cierto, tiende a moldear mentalidades funcionales a la reproducción acrítica del sistema.

En segundo lugar, porque la renuncia o subvaloración de la conquista de mayores espacios de hegemonía cultural y apoyos sociales orgánicos, es, en definitiva, una muestra de incomprensión de cómo opera la política y el poder en las sociedades contemporáneas. Se ha asumido como dato dado que el devenir capitalista moderno ha modificado sustantivamente el papel del Estado y que esas modificaciones son irreversibles si se piensa en un retorno a los estados “estatistas” de antaño. Pero lo que no se ha asumido de igual manera es que esa merma en los roles del Estado moderno van aparejadas con un incremento de la “factualidad del poder” radicado en instancias y relaciones de la sociedad civil. El Poder en la modernidad se distribuye tanto en la sociedad civil como en la sociedad política de manera mucho más acentuada que en otros momentos históricos. Por consiguiente, ninguna fuerza política puede estar “completa” sin contar con poderes en la sociedad civil. Hoy, el “cretinismo parlamentario” y la “estadolatría” son mucho más cretinismo que otrora.

Y, en tercer lugar, porque la competencia por conducir las sociedades modernas por rumbos de rango histórico es una competencia que se da, en grados cada vez más altos, en el terreno de la “dimensión cultural de la política” (Lechner). La modernidad bajo égida hegemónica capitalista lleva años instalándose y practicándose socialmente. Y si bien esa hegemonía empieza a resquebrajarse en virtud de las contradicciones de la modernidad, de sus efectos deconstructivos y de los cambios que en el presente insinúa su propio desarrollo, reorientar la modernidad hacia formas y fines de mayor racionalidad social, es una tarea que pasa por su revisión crítica y por un enorme despliegue político-cultural en aras de asentar orgánicamente en estructuras sociales tal revisión y el “programa histórico” que de ella derive.

En definitiva, la reconstrucción socialista incluye, como propósito, la reconstrucción de poder socio-cultural y es por eso que debe concebirse articulada a ejercicios de política contingente.

A modo de conclusiones

La “primera renovación” estuvo muy condicionada por factores transicionales (el período post socialismos reales y la transición política en Chile) y por la necesidad de dar cuenta de un pasado político-cultural socialista plagado de equívocos y frustraciones. Superadas esas condicionantes surge la demanda de una reconstrucción socialista con miras a devolverle al socialismo un mayor protagonismo propositivo en la pugna por reorientar la modernidad capitalista, explorando y explotando sus vetas progresistas e instalando al seno de esa pugna la oferta socialista de avanzar a un tipo de sociedad organizada crecientemente en virtud de una racionalidad social que desplace o impida el dominio pleno de la connatural irracionalidad social de las inercias del capitalismo.

Se trata, en consecuencia, de una renovación bastante más radical (reconstrucción) que la primera y que, por lo mismo, deberá adquirir, en algún momento, alcances refundacionales.

El “programa” de la reconstrucción es extenso, porque el borrador temático imaginable debería contemplar, por ejemplo y como mínimo:

• La recuperación de un matriz de pensamiento crítico-reflexivo lo que significa revalorar sus ancestros culturales laicos y del racionalismo estructural.
• La reposición de una discursividad crítico-social inmersa en una nueva concepción del cambio social y de edificación de sociedad.
• La identificación de los movimientos estructurales y socio-culturales que promueven al cambio social en la modernidad y, especialmente, la identificación de los actores sociales que hoy son proclives, por la naturaleza de sus funciones, a las transformaciones progresistas y, por ende, potenciales agentes activos en la pugna por la hegemonía y reorientación de la modernidad.
• El rediseño conceptual y orgánico de la forma-partido que surge de las nuevas visiones sobre cambio social, actores sociales del cambio, el papel político de lo cultural-valórico, etc.

Sin duda que es una tarea ardua, pero estimulante para quienes siguen pensando que la cultura socialista es una insoslayable necesidad histórica mientras perviva “el mundo de la necesidad”.

Nota

1) Se entiende aquí que lo histórico es “educador” en tanto las experiencias históricas pasan por tamices analíticos, teóricos y son aprehendidas en ese nivel. Por consiguiente, la reivindicación del papel de lo histórico no consiste en postular la imitación o repetición de experiencias en sus expresiones puramente episódicas.