Sección: Política y modernidad: Cambios, instituciones y actores

Zaldivarismo, alvearismo, bacheletismo y stablishment

Antonio Cortés Terzi

www.asuntospublicos.org
Febrero 2005

El maniqueísmo: ley ancestral de la política

“La política es maniquea”, escribió en algún texto André Malraux. Habría que agregar que el maniqueísmo político es, en gran medida, artificial, producido, pues resulta del interés mutuo de cada adversario por adjudicarle al otro – dicho metafóricamente – la representación “pura” de la “maldad” o el “pecado” y por auto adjudicarse la representación de todas las virtudes.

Las elites de las fuerzas contrincantes saben que esa adjudicación y auto adjudicación son falsas, pero necesarias para infundirle pasión, cohesión y combatividad a sus huestes, generalmente compuestas por almas simples y crédulas.

También fue André Malraux el que escribió que, “normalmente, el político desprecia a las personas, pero lo disimula”.

La tesis de Malraux, en el fondo, es que el político – o la mayoría de ellos – recurre al maniqueísmo porque menosprecia las capacidades intelectivas de los subalternos para comprender las complejidades y aceptar las verdades del conflicto político.

Esta lógica ha operado por siglos – por milenios, en realidad – y sigue rindiendo beneficios, lo que no hace más que demostrar que, en algunas actividades, la humanidad ha progresado muy poco y muy lentamente.

En los días previos e inmediatamente posteriores a la Junta Nacional del PDC, desde la política y desde el periodismo se creó la imagen de que el conflicto allí presente entrañaba un enfrentamiento – dicho hiperbólicamente – entre buenos y malos, casi entre “santos” y “demonios”. “Santos” eran los adherentes a Soledad Alvear y “demoníacos” los seguidores del senador Adolfo Zaldívar.

Desde estas mismas páginas y en artículos de mi autoría se han hecho críticas a las posiciones políticas del senador Adolfo Zaldívar y a algunos de sus planteamientos estratégicos. Pero no es dable compartir el clima criticista que se creó en su contra – y que en cierta medida persiste – a propósito de la Junta Nacional de enero recién pasado. Y no lo es, quizás y simplemente, en razón de otra apreciación de Malraux: “el intelectual es antimaniqueo”.

Retomar analíticamente el tema del “factor Zaldívar” y de lo ocurrido en la Junta Nacional importa, primero, porque la DC vive hoy una situación bastante particular y, segundo, porque tras el “factor Zaldívar” subyacen cuestiones que sobrepasan los lindes de ese partido y participan en la configuración de un cierto anquilosamiento de la política nacional.

El stablishment contra Adolfo Zaldívar

En los momentos más álgidos de la contienda intra democratacristiana el senador Adolfo Zaldívar acusó la existencia de un suerte de campaña general y transversalizada en su contra. Es cierto que algunas de las formas y estilos que empleó y algunos de sus discursos daban pábulo para recibir embates desde los más variados ámbitos políticos. Pero, no es menos cierto que muchas de las argumentaciones y recriminaciones que se usaron en su contra no siempre se ciñeron a justos parámetros político-intelectuales y que se recurrió en extremo al maniqueísmo.

Sólo para los efectos de resumir y ordenar esta exposición, se pueden identificar dos grandes líneas por donde se deslizaron los ataques contra el senador.

La primera fue la de resaltar la vieja idea de que su liderazgo y poder se deben, fundamentalmente, a su capacidad para construir, controlar y operar aparatos partidarios o “máquinas” y a su habilidad para maniobrar tras objetivos precisos de poder.

La segunda “línea de ataque” fue la de jugar con el fantasma de su supuesto “anti-concertacionismo” (El fantasma de la “Concertación Chica”). Por supuesto que para ello era menester reactualizar el fantasma. El camino que se siguió, entonces, fue el de interpretar declaraciones, gestos y actos del senador como partes constituyentes de una concepción política reticente al concertacionismo.

Sobre el primer asunto, baste mencionar dos cuestiones. De un lado, en la DC y en todos los partidos, máxime en la política actual, virtualmente no existen dirigentes con proyección que no conduzcan o que no estén amparados por maquinarias partidarias. Y de otro lado, es evidente que la popularidad de Soledad Alvear tuvo bastante que ver en el triunfo que obtuvo en la Junta. Pero nadie que conozca las lógicas internas partidarias y que se encuentre mínimamente informado se va a convencer que fue esa popularidad la única razón del éxito. En torno a Soledad Alvear también se montó una máquina partidaria y quiénes la armaron son personalidades que no entran, precisamente, en la categoría de “santos inocentes”. En la Junta Nacional se enfrentaron dos típicos aparatos partidarios y la diferencia entre ambos estuvo en que uno disimuló mejor esa cualidad.

Cabe considerar, además, un dato anexo sobre esta materia. Hasta donde se tiene memoria, en ningún evento partidario la prensa tuvo tanto acceso como lo tuvo en la última Junta Nacional del PDC. No estaba en la historia de ese partido la realización de encuentros con tanta cobertura mediática. Es dable conjeturar que si el periodismo tuvo esa inédita libertad, tiene que haberse debido a la voluntad expresa del senador Adolfo Zaldívar para autorizar una medida de esa envergadura. Voluntad y criterio que contrasta con la imagen de dirigente esencialmente aparatista que le atribuyen sus rivales.

El segundo asunto – el supuesto de una visión escasamente concertacionista del senador Zaldívar – fue explotado por sus detractores sobre la base de algunas de las ideas-fuerzas en las que sustentó su estrategia de reposicionamiento del PDC y que, en esencia, se concentraban en dos áreas discursivas: en la interrogación sobre la vigencia de la Concertación “histórica” o “tradicional” y en demandas correctoras de las políticas desarrolladas por los gobiernos de la Concertación.

En general, las respuestas a esa discursividad estuvieron sobrecargadas de prejuicios y de cálculos políticos, lo que redundó en que ni los postulados del senador ni el senador mismo tuvieran un trato justo y probo. En efecto, son muchos los dirigentes políticos y los intelectuales concertacionistas que han planteado el agotamiento de la Concertación en virtud del agotamiento de sus bases fundantes, sin embargo nadie los ha juzgado como anti-concertacionistas o ha visto detrás de sus palabras una convocatoria “liquidacionista”.

No han sido pocos, por otra parte, los políticos y analistas de la alianza gobernante que han instado a una revisión crítica profunda de lo obrado por los gobiernos de la Concertación y que han llamado a tomar rumbos distintos. Sin embargo, el trato que han recibido los autores de esos pronunciamientos no ha tenido los sesgos de negatividad que han marcado las polémicas y críticas desatadas contra el senador Zaldívar por decir casi exactamente lo mismo.

Con el senador Adolfo Zaldívar se puede discrepar – y radicalmente – en infinidad de puntos, pero lo que no debería ocurrir es que se desconozca la racionalidad política que entrañan sus visiones y muchas de sus conductas. Es más, equivocado o no, lo cierto es que se ha demostrado, de hecho, como uno de los dirigentes de la Concertación menos osificado, más audaz y con más propensión a estimular políticas reactualizadoras.

Quizás en ello se encuentre la explicación acerca del porqué su figura ha inspirado una suerte de anti-zaldivarismo transversal. Y es este fenómeno el que torna pertinente analizar el zaldivarismo más allá de las fronteras de su partido.

“Oligopolización” de la política y del poder”

Cuanto más se acercaban los días para la realización de la Junta Nacional, tanto más el senador Zaldívar acentuaba en que su postulación tenía un carácter independiente o contrario al stablishment. Sus aseveraciones podían parecer puramente retóricas, pues él, como sujeto, no es exactamente un personaje marginal al sistema y a los círculos de poder. No obstante, su consigna poseía una elevada dosis de realidad.

En gran medida, su derrota en la Junta se debió a que, efectivamente, el stablishment cerró filas en su contra y no sólo el stablishment propio del mundo concertacionista.

Y esta es una de las cuestiones más interesantes del “fenómeno Zaldívar”, porque colabora a develar dos mecánicas que rigen el sistema real de poder en Chile y que en lo grueso se caracteriza por una suerte de “oligopolización” elitaria del poder.

La primera mecánica tiene que ver con la existencia de círculos de poder que se han ido perpetuando en el tiempo, que configuran un circuito de poder bastante estable y excluyente, con nexos de complicidad que no se rompen ni siquiera por la competencia entre ellos y que cruzan todo el arco político nacional.

El senador Adolfo Zaldívar construyó un círculo de poder dentro de la DC, pero sin pertenencia ni vínculos con el circuito general. Mientras ese círculo zaldivarista se mantuvo en los lindes partidarios, su subsistencia era tolerable y viable. Pero, desde el momento en que el senador Zaldívar se erigió en postulante a una precandidatura presidencial, su círculo de poder se convirtió en un aspirante irruptivo al sistema global de toma de decisiones. Frente a tal riesgo el stablishment reaccionó.

Por ingenuidad, por imprevisión, por soberbia – poco importa – el senador Zaldívar cometió un gran error al no percibir que sus desafíos indiscriminados al stablishment, que sus enfrentamientos con casi todos los círculos de poder, tarde o temprano terminarían por poner en su contra al status como tal.

Esta mecánica se retroalimenta de una segunda y que ha afectado hasta ahora a cuantos han intentado modificar el sistema de poder “oligopolizado”, creando círculos de poder “independientes”. Los intentos han fallado porque habitualmente siguieron una lógica “jacobina”, esto es, una lógica que apuesta a derribar elites con la sola fuerza de “la plebe”, sin preocuparse de crear una contra-elite constituida como cuerpo sólido. Es decir, esos intentos se han frustrado porque no disponían de una elite autónoma, ad hoc al círculo de poder emergente y capaz de competir con las elites del poder establecido en el plano intelectual y tecno-político, además del estrictamente político. Y en la política nacional esos cuerpos son claves, porque son ellos precisamente los que aportan los actores que recorren con más fluidez el circuito de poderes que conforma el stablishment.

El senador Adolfo Zaldívar aplicó la lógica jacobina. Confió en exceso en el poder que confiere el manejo de las bases partidarias y se conformó con contar con un conjunto de “capitanes”, pero fue indiferente al tema de construir o cooptar una verdadera contra-elite.

Alvearismo y bacheletismo: poder y contra-poder

El fracaso del zaldivarismo – considerado como fenómeno de contra-poder – lo ha llevado a una situación paradojal. Hoy, quien representa un fenómeno similar al seno de la Concertación y de la política nacional, es Michelle Bachelet o el bacheletismo. Pero, por razones obvias, el zaldivarismo está plegado al alvearismo, el cual, con mucha rapidez y eficiencia, desde la Junta Nacional en adelante, ha ido cubriendo espacios y consolidándose dentro del circuito de poder “oligopolizado” y se visualiza como sucesor de algunos de los círculos de poder más potentes del mundo concertacionista.

En cuanto a experiencia y práctica de desarrollo de contra-poderes, la similitud entre zaldivarismo y bacheletismo es más o menos visible en un par de cosas. Por cierto que la gran diferencia entre ambos radica en los grados de popularidad y apoyo social que concita cada uno, pero lo que comparten es, de un lado, la carencia o fragilidad de sus contra-elites y, de otro, el hecho de que se enfrentan a un competidor, el alvearismo, que ha demostrado una lucida habilidad para conjugar poder de base con poder elitario.

En esencia, la competencia entre el alvearismo y el bacheletismo está repitiendo bastante las características que adquirió la competencia entre el primero y el zaldivarismo. Al igual que este último, el bacheletismo ha descuidado el tema de la contra-elite, porque si bien suma a su haber un notable número de personalidades políticas, intelectuales, culturales, académicas, etc., todavía esa suma es fundamentalmente numérica y no se transforma en cuerpo o entidad orgánica. Y quizá nunca se transforme, porque, en el fondo, el bacheletismo ha ido autoconfigurándose con una excesiva confianza en la espontaneidad social, confianza que ha traducido en una suerte de ideología, de concepto inspirador de estrategias.

En definitiva, el proceso político que enfrentará la Concertación de aquí hasta junio para dirimir su candidatura es de suyo interesante para la politología. Frustrada la aventura zaldivarista de irrumpir en el circuito de poder hegemónico en la Concertación para, desde ahí, alterar el actual sistema político “oligopolizado” que ha dirigido al país en los últimos lustros, esa es una finalidad que, quiérase o no, socialmente ha sido depositada en el bacheletismo. El “alvearismo”, por su parte, con o sin su voluntad, difícilmente podrá escapar a la representación del sistema de poder imperante. En consecuencia, la pugna trascendente entre ambas precandidaturas no estará instalada en el plano conceptual y programático. El gran tema será si la Concertación tendrá el valor, las condiciones y las capacidades para revisarse a si misma e iniciar la ruptura del esquema de poder “oligopolizado” que hasta ahora le ha sido funcional, pero a costa de perder ímpetus y cualidades progresistas.